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Actualizado: 20 de julio de 2025
Los paseantes abandonaban poco á poco el Malecon para irse á la Luneta, cuya música dejaba oir pedazos de melodías traidas hasta allí por la fresca brisa de la tarde; los marineros de un barco de guerra, anclado en el río, ejecutaban las maniobras de antes de la noche, trepando por las cuerdas ligeros como arañas; las embarcaciones encendían poco á poco sus fanales dando señales de vida y la playa
Descendieron los paseantes y al entrar al hotel, dirigiéndose al comedor, don Saverio se aproximó a Baldomero y le dijo al oído: El asado se pasó un poquito, ¡vea! ¿Por qué no lo retiró, amigo? ¡Eh, qué quiere!... ¿Sabe?... es tarde... ¿Qué dice? preguntó Melchor a Baldomero. El hombre está afligido porque nos hemos demorado.
Descendieron los paseantes y luego de efusivas demostraciones les dijo don Casiano: Pasen... pasen, caballeros... aquí está más fresco... tomen asiento. Qué hermosa chacra tiene usted, señor dijo Lorenzo, qué hermosos árboles. Sí, señor, si algo vale es por eso... tiene árboles hechos ya... la chacrita vale por vieja, señor, al revés de las personas.
Sus ojos de un azul claro, su cabellera rubia cenicienta, su carne blanca, jugosa y de ligeros tonos amarillos semejante a la fresca pulpa de un melón, parecían valorizarse con nuevos encantos así como transcurrían los días. A cada singladura los paseantes desfilaban con más lentitud ante su sillón, echando miradas de través.
Al entrar en el Borne atrajo su atención la inmovilidad de varios paseantes que bajo la sombra de los copudos árboles contemplaban a unos campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoció sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran ibicencos... ¡Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de un año remoto de su adolescencia pasado allá.
Pero, ¿qué ocurre? he aquí un ruido extraño y un tumulto inusitado. Dos sombras han pasado veloces, dos hombres han corrido, dos fuegos de cigarro se han aproximado uno a otro; se han oído dos voces exaltadas y el estruendo de una rápida querella. Los paseantes se han amontonado en un punto; mas no han encontrado a nadie.
Nuestro joven, con mirada indiferente veía cruzar por delante de él grupos de señoras unas veces, otras paseantes solitarios, niños con sus ayos o niñeras; la disposición de su espíritu no era hacía ya algunos días tan alegre como antes; el encuentro con su madrastra le había perturbado bastante, inclinándole a los pensamientos serios y tristes.
Al disminuir el número de viajeros eran más escasos los sillones, y los paseantes podían caminar sin obstáculos. Además, la gente se ocultaba para hacer los preparativos de desembarco. Permanecían las señoras en sus camarotes la mayor parte del día arreglando sus equipajes.
Esta senda era la que conducía al principal pueblo de la comarca, y por ello, y por no ser tan riscoso el terreno por aquella parte, ofrecía cierta apariencia y espaciosidad muy de molde para emprender un buen paseo, que por tácito consentimiento de los paseantes, tenía su término en una blanca capilla, alzada a San Sebastián por el buen celo de los cristianos viejos que habitaban entre los moriscos de aquellas quebradas.
La vida siguió deslizándose en la misma forma que antes, creciendo de día en día la confianza y el cariño entre nuestro joven y la familia de su novia. No salía de la casa. Cuando iban a paseo por Recoletos, Mario y Carlota marchaban delante y detrás D.ª Carolina y Presentación. Al poco tiempo todo Madrid los conocía. «Ahí vienen los novios,» se decían los paseantes al verlos.
Palabra del Dia
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