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Actualizado: 18 de junio de 2025


Margalida se refugió al lado de su madre, y el Capellanet creyó llegado el momento de sacar su cuchillo. El padre, con la autoridad de los años, se impuso a todos: ¡Fora!... ¡fora! Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquería, para detenerse en pleno campo. Febrer salió también, a pesar de la resistencia de Pep. Los atlots parecían divididos, discutiendo acaloradamente.

Y el capitán metió brutalmente un papel en el pecho de Polonia, cuyos ojos enrojecidos parecían llorar sangre. ¡Ah! no, no; yo no quiero ir con Vds.; mi abuelito les dará todo lo que quieran, pero yo no quiero ir, exclamó Juanito, arrodillándose y juntando las manos ante aquellos miserables.

Ella entonces estaba satisfecha; todos los acontecimientos de su vida parecían haber desfilado ante sus ojos, y un prolongado y apacible horizonte se extendía a su vista.

Los pies parecían los de una dama; calzaban media morada, como si fueran de Obispo; y el zapato era de esmerada labor y piel muy fina y lucía hebilla de plata, sencilla pero elegante, que decía muy bien sobre el color de la media.

Estas medias tintas de la moralidad le parecían entonces a ella las más conformes a la flaca naturaleza humana. «¿Por qué he de creerme más fuerte de lo que soy?». También volvió a frecuentar la casa de Vegallana.

Débiles y todo le parecía hermoso el espectáculo que daban, y los nombres de los enemigos, que los periódicos no se descuidaban de llamar cobardes y traidores, le parecían gloriosos, sucumbían con gloria al pié de las ruinas de sus imperfectas fortificaciones, con más gloria aun que los antiguos héroes troyanos; aquellos insulares no habían robado ninguna Helena filipina.

El espada vio casi tendida en el suelo a una mujer vestida de negro, con el cubo al lado, moviendo un trapo sobre las losas de mármol, que parecían resucitar sus colores bajo la húmeda caricia. La mujer levantó la cabeza. Güenos días, señó Juan dijo con la familiaridad cariñosa que inspira todo héroe popular. Y clavó en él con admiración la mirada de un ojo único.

Parecían descontentos de su voto reciente y mostraban á la vez la serenidad de una conciencia tranquila. Eran soldados que acababan de cumplir su austero deber, suprimiendo todo lo que había en ellos de simples hombres.

Allí había estado reflexionando una noche de tormenta, la misma en que se presentó como cortejante en casa de Margalida. La tarde era serena, el mar tenía un intenso color de extraordinaria y profunda transparencia. Los fondos de arena reflejábanse como manchas lácteas; los peñones submarinos y sus obscuras vegetaciones parecían temblar con un rebullicio de vida misteriosa.

Algo enorme y obscuro se interpuso entre su cara y la luz del desierto invernal. El gaucho vió unos ojos redondos junto á sus propios ojos, que parecían mirarse en el fondo de sus pupilas. Se acordó de las miradas fijas y ardientes de la difunta.

Palabra del Dia

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