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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Antes llegaba con una velocidad de relámpago al cuello de la fiera; ahora era un viaje interminable, un vacío pavoroso, que no sabía cómo salvar. Sus piernas también eran otras. Parecían vivir sueltas, con propia vida, independientes del resto del cuerpo. En vano su voluntad las ordenaba permanecer quietas y firmes, como otras veces. No obedecían.

Pero no parecían sables útiles. Además, surgieron dificultades sobre ciertos pormenores. Y así pasó un día. Al siguiente por la mañana se acordó que se batieran a pistola. Don Víctor formó entonces su plan. Se alegró de que fuese el duelo a pistola. Pero tampoco parecían pistolas de desafío. Y pasó otro día.

Doña Rufina vestida de azul eléctrico, empolvada la cabeza que adornaban flores naturales que parecían, sin que se supiera por qué, de trapo, doña Rufina reinaba y no gobernaba en aquella sociedad tan de su gusto, donde canónigos reían, aristócratas fatuos hacían el pavo real, muchachuelas coqueteaban, jamonas lucían carne blanca y fuerte, diputados provinciales salvaban la comarca, y elegantes de la legua imitaban las amaneradas formas de sus congéneres de Madrid.

Celinina abrió los ojos, que ya parecían cerrados para siempre; miró á su padre, y con la mirada tan sólo y un grave murmullo que no parecía venir ya de lenguas de este mundo, pidió á su padre lo que éste no había querido traerle.

Allí lloró y lloró, sintiendo con esto un gran alivio, acariciado por las sombras de la noche, que parecían tomar parte en su pena, pues cada vez se hacían más densas, ocultando su llanto infantil.

Lo mismo Visita que yo nos hallamos tan contentos y nos parece tan bien esa boda que precisamente en este momento hablábamos de ella con alegría y nos felicitábamos de que... ¡Bien, bien, dejemos eso! exclamó Tristán con aspereza. Aquellas palabras le parecían el colmo de la hipocresía y de la impudencia.

La ansiada riqueza se dejaba entrever un momento y huía medrosa ante las proas de los nautas. Los indígenas de las costas hablaban de enormes riquezas y de monarcas poderosos, señalando siempre al interior, más allá de las montañas que parecían tocar el cielo, y de las ciénagas temblorosas, inmensos mares de hierbajos acuáticos.

Gillespie vió jabalíes de erizado pelaje y ciervos de complicadas y altísimas astamentas, que parecían datar de los tiempos en que cazaban los emperadores. Estas bestias de terrorífico aspecto hacían temblar de emoción al profesor Flimnap, á pesar de que las contemplaba desde una altura prodigiosa.

Vió con estupefacción entre el público, repelido y mantenido á distancia por la fuerza armada, mujeres menos lujosas que la familia recién venida de la capital, pero igualmente con largas túnicas.... Y sin embargo parecían hombres á causa de sus barbas ó de sus rostros azulados por el rasuramiento.

Los tranquilos moluscos que veía ahora en el fondo de las aguas, agarrados a las peñas como botones obscuros, le parecían seres divinos guardadores en su estúpida quietud del misterio de la creación. Admirábalos augustos y grandes, como los monstruos que adoran los pueblos salvajes por su inmovilidad, y en cuyo quietismo creen adivinar la majestad de los dioses.

Palabra del Dia

bagani

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