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Actualizado: 15 de junio de 2025


Edificios y carros se van, y en su lugar ve Fortunata algo que conoce muy bien, la ropa de Maxi, colgada de una percha, la ropa suya en otra, con una cortina de percal por encima; luego ve la cama, va reconociendo pedazo a pedazo su alcoba; y la voz de doña Lupe ensordece la casa riñendo a Papitos porque, al aviar las lámparas, ha vertido casi todo el mineral... y gracias que es de día, que si es de noche y hay luz, incendio seguro.

Maxi y Papitos eran al mismo tiempo hijos y alumnos, porque la señora se hacía siempre querer de los seres inferiores a quienes educaba. El mismo Jáuregui había sido también, al decir de la gente, tan discípulo como marido. Volvió, pues, a su casa la tía de Maximiliano revolviendo en su mente planes soberbios.

Fortunata iba a responder algo; pero la campanilla anunció que se aproximaba doña Lupe. Cuando esta penetró en la sala, ya sabía por Papitos quién estaba allí. ¿En dónde está esa loca? entró diciendo . ¡Pero qué oscuridad! No veo gota. Mauricia... Aquí estoy, mi señora doña Lupe. Ya nos podían traer una luz.

«¡Si no te largas, de la patada que te doy...!». Fue tras ella; pero Papitos se puso a salvo. Parecía que volaba. Desde el fondo del pasillo, en la puerta de la cocina, repetía sus burlas, haciendo con las manos gestos de mico. Volvió él a su cuarto muy incomodado y a poco entró ella otra vez. «¿Qué buscas aquí?». Vengo a por la lámpara para aviarla...

Creo que fue el día de la Concepción cuando Rubín salió de su cuarto con un cuchillo en la mano detrás de Papitos, diciendo que la había de matar. El susto de la tía y de Fortunata fue muy grande, y les costó trabajo quitarle el arma homicida, que era un cuchillo de la mesa, con el cual no era fácil quitar la vida a nadie.

Doña Lupe, por cortesía, afirmaba que era una barbaridad que no le hubieran dado a él la lectoral. La ira de la señora de Jáuregui no se calmó con el feliz éxito del almuerzo... y siguió machacando sobre la pobre Papitos.

«Ya está roncando ese... dijo doña Lupe retirándose a su alcoba . ¡Qué noche va a pasar el otro pobre!». Serían las nueve de la mañana siguiente, cuando Nicolás pidió a Papitos su chocolate. Salió del cuarto con la cara muy mal lavada, y algunas partes de ella parecían no haber visto más agua que la del bautismo.

Miró después la cómoda, el baúl y las botas que sobre él estaban, sus propios pies cortados, pero dispuestos a andar. Un movimiento de alegría y la animación de la cara indicaron que Maximiliano había atrapado la idea. Bien lo decía él: con aquellas cosas se había vuelto de repente hombre de talento. Levantose, y cogiendo una bota salió y fue a la cocina, donde estaba Papitos cantando.

A las ocho ya estaba doña Lupe de vuelta, y parecía una pólvora; tal era su actividad. Como que a las diez debían ir a la Iglesia. «Pero no, no iré, porque si voy, de fijo me hace Papitos algún desaguisado». La suerte fue que vino Patricia, y entonces se decidió la señora a asistir a la ceremonia.

Dio varias disposiciones a la novia para que trabajara en la cocina, y se fue a la compra con Papitos, llevando el cesto más grande que en la casa había. Lo que doña Lupe llamaba el menudo era excelente: riñones salteados, sesos, merluza o pajeles, si los había, chuletas de ternera, filete a la inglesa... Esto corría de cuenta de la viuda, y Fortunata se comprometió a hacer una paella.

Palabra del Dia

rigoleto

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