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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Ayer fue el primero día que aquí llegamos; tenemos entre estos ramos plantadas algunas tiendas, que dicen se llaman de campaña, en el margen de un abundoso arroyo que todos estos prados fertiliza; tendimos la noche pasada estas redes de estos árboles para engañar los simples pajarillos, que, ojeados con nuestro ruido, vinieren a dar en ellas.

Los cabellos son tan abundantes y sedosos, cubren su cabeza de una manera tan graciosa, que al mirarlos se piensa sin querer en mil cosas amables: en el cielo azul sin nubes, en las canciones primaverales de los pajarillos, en el florecer de las lilas.

Acurrucada en su butaca al lado de la ventana y envuelta en chales y mantas a pesar del ardiente sol de junio, cuyos rayos espolvoreaban de oro el estrecho despacho, permanecía allí largas tardes con la mirada vaga, sin hablar y acaso sin pensar, las manos inertes, y los párpados medio cerrados como esos pobres pajarillos de las islas que esconden la cabeza debajo del ala sin que nada pueda sacarlos de su sopor.

Aquel trabajo febril me ocupó hasta hora muy avanzada de la noche. Por fin pareciome que había terminado una tarea ineludible; todas las fibras irritadas se relajaron, y ya al amanecer, cuando despertaban los pajarillos, me dormí presa de la más deliciosa languidez. Al otro día Oliverio me habló de mi encuentro con sus primas, de mi turbación, de mi huida. Haces misterio me dijo, y te equivocas.

A fines de mayo es cuando los bosques de las montañas de Langres se muestran en toda su gloria y el tiempo convida como nunca al paseo. Un suave vientecillo había secado los caminos; el cielo, de un azul purísimo, sonreía, por encima del renaciente follaje; bordaban toda clase de flores las márgenes de los caminos y los pajarillos cantaban por doquier.

Quiso descansar un rato y se puso a examinar aquel lugar. Acercóse al cementerio. Estaba tan verde y tan florido, como si hubiera querido apartar de la muerte el horror que inspira. Las cruces estaban ceñidas de vistosas enredaderas, en cuyas ramas revoloteaban los pajarillos, cantando: ¡Descansa en paz!

Los pámpanos amarillentos caían uno a uno sin que el más leve soplo de viento agitara los sarmientos. El parque estaba silencioso. Los pajarillos cantaban con un acento que me llegaba hasta lo más hondo del corazón. Una conmoción profundísima, indescribible, indominable me dominaba como ola próxima a romper, extraña mezcla de amargura y de satisfacción íntima.

Su mayor placer era salir el domingo con la escopeta al hombro á cazar chimbos en los montes, pajarillos de varias clases, que habían proporcionado un mote á los hijos de la villa. El mayor de los regalos era subirse, en las tardes que no tenía trabajo, á algún chacolín del camino de Begoña á saborear el bacalao á la vizcaína, rociándolo con el vinillo agrio del país.

Allí le parece que el cielo es más transparente, y que el sol luce con claridad más nueva; ofrécesele a los ojos una apacible floresta de tan verdes y frondosos árboles compuesta, que alegra a la vista su verdura, y entretiene los oídos el dulce y no aprendido canto de los pequeños, infinitos y pintados pajarillos que por los intricados ramos van cruzando.

El amor, no es más que fatigas y dolores. Basta de amor, que harto conozco ya lo que trae consigo. Volemos otra vez, y vamos a donde quieras, amiguito. De veras te digo que me cargan estos árboles y este río: estoy ya hasta la corona de céspedes, prados, arroyos y pajarillos. Démonos una vueltecita por esos mundos. Levántame: quiero subir hasta las nubes.

Palabra del Dia

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