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No me refiero al materialismo del rédito dinero, sino á mis intereses, claro, á mis intereses. Y doy por hecho que ustedes piensan pagarme algún día. Pues claro replicaron á una Martín á Isidora.» Y Torquemada para su coleto: «El día del Juicio por la tarde me pagaréis: ya que éste es dinero perdido

Os perdono, porque los enamorados están locos... Vos me pagaréis, pero no me pagaréis en dinero... Llegará un día en que yo os diga: os he servido; servidme. Os serviré como me hayáis servido á . No hablemos más; estamos cerca de la casa donde para nuestro amigo don Francisco. Entraban á la sazón en la calle Ancha de San Bernardo.

Tomó el padre Aliaga un papel y escribió en él lo siguiente: «Señor Pedro Caballero: Por la presente pagaréis ochocientos ducados al señor Alonso del Camino, los que quedan á mi cargo. Fray Luis de Aliaga.» Y dió la libranza á Camino. He dicho quinientos ducados, y esto tirando por largo, y aquí dice ochocientos.

Yo soy humano; yo compadezco á los desgraciados; yo les ayudo en lo que puedo, porque así nos lo manda la Humanidad; y bien sabéis todas que como faltéis á la Humanidad, lo pagaréis tarde ó temprano, y que si sois buenas tendréis vuestra recompensa.

Pues bien: os mando que llevéis esta carta á donde ese sobrescrito dice. «Al duque de Lerma, en propia mano» dijo Quevedo. Y se quedó profundamente pensativo. ¡ que sois enemigo de mi padre, que os pido un gran sacrificio! Pero... ¿Me lo pagaréis?... Os lo... agradeceré en el alma. ¡Iré! dijo Quevedo, levantando la cabeza con resolución. ¿Y no queréis saber el contenido de esta carta?

Me ayudaréis a elegirlo ... y me lo pagaréis. Hablaba en tono alegre y afectuoso: no parecía la misma criatura desabrida y mal humorada que hemos visto en su hotelito del barrio de Monasterio. Sin duda, todo el mal humor lo reservaba para Salabert. ¡Esto es bueno! exclamó Castro dignándose sonreír levemente . ¿Nos pides joyas a nosotros cuando tienes en tu casa el bolsillo de Salabert?

Al pasar por cierta calle una voz irritada de mujer gritó desde un balcón: ¡Infames, ya las pagaréis todas en el infierno! Los soldados levantaron la cabeza y tornaron a bajarla, prosiguiendo silenciosamente su marcha, cuyo rumor acompasado infundía tristeza y miedo.

Y tratándose de un escudero comedido y digno de ese nombre, me quitaría el guante, como lo hago ahora y lo dejaría caer á sus pies; pero teniendo que habérmelas con un destripaterrones como vos, se lo lanzaría á la cara! Y con toda su fuerza arrojó el guante al rostro burlón del escudero. ¡Lo pagaréis con vuestra vida! rugió éste, blanco de ira. Si podéis quitármela, repuso Roger con entereza.

-No le mana, canalla infame -respondió don Quijote, encendido en cólera-; no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones; y no es tuerta ni corcovada, sino más derecha que un huso de Guadarrama. Pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad como es la de mi señora.