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Actualizado: 22 de junio de 2025
Tenía los ojos entoldados por la nube fatídica del no ser, y la boca seca y dura, abierta en una mueca desgarrante. El delirio espantoso que padeció en los últimos días impidió que se le administrasen los Sacramentos, salvaguardia de las sagradas promesas de salvación.
Habiendo, pues, llegado el P. Joseph á Santa Cruz, halló entablada tan de asiento esta mercancía, y tan apoyada con la autoridad de gente de mucha suposición, que á pecho menos constante y firme que el suyo, á quien nunca asustó el miedo, ni respeto humano, hubiera sido imposible resistir á la fuerza de tantos contrastes; por lo cual es inexplicable lo que padeció y trabajó para desarraigar trato tan inícuo; porque echando de ver los interesados que de poner los nuestros el pie en aquellas naciones se les había de seguir menoscabo cierto de sus intereses y aun acabárseles del todo, se le opusieron con todo el esfuerzo posible, previendo de antemano lo que no mucho tiempo después sucedió, que nuestros católicos reyes, por instancias de los nuestros, harían aquellos pueblos vasallos suyos, y libres é independientes y los encabezarían en su Real Corona, de que les resultaría ruina irreparable de su grangería.
Basta haber insinuado esto de la bárbara idolatría de los Manacicas para que se pueda hacer algún concepto de los trabajos y fatigas que padeció el venerable P. Lucas en ganarlos para Cristo. Acabóse de imprimir el tomo XII de la COLECCIÓN DE LIBROS QUE TRATAN DE AM
Háblanos este castillo, mas bien alcázar, de la traicion horrenda cometida por D. Pedro el Cruel con el rey Bermejo de Granada y los caballeros moros de su séquito, á todos los cuales hizo matar en un festin nocturno; háblanos de la prision que entre sus muros padeció en 1483 otro rey de Granada, Muley-Baha-dalí; háblanos por fin del famoso mariscal de Castilla Diego Fernandez de Córdoba, que con sus valerosos hechos dió principio á la ilustre casa de los condes de Cabra y duques de Baena.
Siendo de ochenta y tres años, y á pesar de haber quedado tan débil con una enfermedad que padeció, que por órden de los médicos se alimentaba al pecho de dos amas y dormian con él dos niños robustos para calentarle, vivió lo suficiente para hacer su nombre digno de eterna memoria: bajo su episcopado se verificó la famosa expulsion de los moriscos, y á su ilustrada tolerancia debió el no ser echado de Córdoba un morisco insigne por su sabiduría en las ciencias físicas, llamado Felipe de Mendoza, hombre útil á la república.
En la última sobre todo padeció mucho esta ciudad de Córdoba. Supo apenas los sucesos del 2 de mayo en Madrid, cuando pretendió ya sublevarse. El 10 secundó abiertamente la insurreccion de Sevilla; el 11 estaba armándose; el 7 de junio batiéndose en el puente de Alcolea. Desdichada como siempre, tuvo que volver la espalda al enemigo.
Mi pobre madre padeció siendo muy joven, allá en su castillote de Bretaña, ataques de nervios, melancolías y trastornos que nunca ha logrado curar del todo, si bien se aliviaron algo después de mi nacimiento. Ella soltó parte del mal, y yo le recogí; ¡qué mucho que en ocasiones obre y hable, no como hombre, sino como niño o mujer!
Fueron a esperarle algunos parientes y amigos y le acompañaron silenciosamente hasta su casa, donde le dejaron después de un rato de conversación insulsa. En los días siguientes recibió muchas visitas con traje negro, que le ensalzaron las virtudes de su madre y le recomendaron mucha resignación. Todos le llamaban marqués. Nunca padeció más que entonces.
No sabemos, pues, si batir palmas y cantar victoria o llorar a lágrima viva, porque si bien es cierto que en aquel día terminó para siempre el aborrecido poder de Calomarde, también lo es que nuestro buen amigo D. Benigno padeció un accidente que puso en gran peligro su preciosa existencia. Cómo sucedió esto es cosa que no se sabe a punto fijo.
El mismo brigadier, que tenía a mucha honra no haberse pronunciado jamás contra las instituciones vigentes, estuvo a pique de sublevarse con toda la guarnición, representada por Miguel y tres o cuatro criados antiguos. Y como la soga quiebra siempre por lo más delgado, la guarnición padeció más en este lance que su digno jefe.
Palabra del Dia
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