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Actualizado: 30 de junio de 2025


Voy á reasumir en pocas palabras todo lo expuesto sobre la moralidad, sobre la tan cacareada moralidad del pueblo parisiense: Tal vez me hago insufrible á mis lectores; pero esto es una operacion de cirujía, y todos tenemos la obligacion de ser pacientes hasta donde podamos aguantar. Cuando, él lector no pueda más, tiene el recurso de quemar mi libro.

Puesto que no hay otro remedio, parecían decir, dejémonos tostar por ese bárbaro, esperando mejores tiempos. Algunas hojas más pequeñas que las otras no podían resistir aquel infierno y se doblaban y retorcían como pacientes en el tormento. La condesa avanzaba por la huerta. La sombra desmesurada de su quitasol corría como densa nube por encima de los cuadros de hortaliza.

Yo no quiero que España pierda este hermoso imperio, esos ocho millones de súbditos sumisos y pacientes que viven de desengaños y esperanzas; pero tampoco quiero manchar mis manos en su esplotacion inhumana, no quiero que se diga jamás que, destruida la trata, España la ha continuado en grande cubriéndola con su pabellon y perfeccionándola bajo un lujo de aparatosas instituciones.

Dos ó tres hermosos caballos indígenas, fuertes, robustos y pacientes, componen el tiro, y los atavíos son ligeros y graciosos. El postillon sobre todo es un tipo curioso por su actitud y uniforme oficial, en que parecen amalgamarse el militar y el arlequín.

El viejo Desnoyers se irritó al conocer la última hazaña de su hijo. Laurier le inspiraba un gran afecto. La solidaridad instintiva que existe entre los hombres de trabajo, pacientes y silenciosos, les había hecho buscarse.

Otras, enriquecidas con sus despojos, duraron; seres preparatorios, lentos y pacientes creadores que, desde aquel momento, comenzaron bajo el agua la obra eterna de fabricación y la prosiguen á nuestra vista. El mar, que á todos los sustentaba, distribuía á cada cual lo que mejor le convenía.

El poder cayó de nuevo en las garras de Serrano, y el desquiciamiento general, la indisciplina del ejército, que peleaba sin fe ni esperanza en aquellas dos grandes esclusas de Cartagena y el Norte, que se tragaban torrentes de sangre y arroyos de dinero, indicaban a los pacientes alfonsinos, cruzados de brazos, que se acercaba la hora de extender la mano para coger la breva, madura ya por completo.

Seamos pues pacientes, sufridos, tenaces en la esperanza, benévolos con nuestro tiempo y con la sociedad en que vivimos, persuadidos de que uno y otra no son tan malos como vulgarmente se cree y se dice, y de que no mejorarán por virtud de nuestras declamaciones, sino por inesperados impulsos que nazcan de su propio seno.

Los hombres, pálidos y de mal humor; los niños, abandonados y llorosos; los criados, atravesando con angulosos pasos la cámara, para llevar a los pacientes , café y otros remedios imaginarios, mientras que el buque, rey y señor de las aguas, sin cuidarse de los males que ocasionaba, luchaba a brazo partido con las olas, dominándolas cuando le oponían resistencia, y persiguiéndolas de cerca cuando cedían.

Verdad es que para poner remedio a aquel mal era ya menester que los pacientes lo supiesen primero, condición terrible para el enamorado don Braulio, quien, atormentado por sus vagas y melancólicas imaginaciones, no advertía nada de lo que en realidad estaba pasando en torno suyo, y cuyo corazón, que tanto se angustiaba sólo con presentir la pérdida del cariño de Beatriz, parecía que no había de tener resistencia bastante para sufrir el rudo golpe de la certidumbre y la realización de su presentimiento.

Palabra del Dia

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