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Actualizado: 28 de noviembre de 2025
A la paciente debió de hacerle un gran bien, a juzgar por la expresión feliz con que me escuchaba, tanto que estuve ya por no recetar y darla por curada; pero en cuanto terminé comenzaron las preguntas: Diga usted, señor, ¿y esta bola fría cree usted que algún día la arrojaré? Esa bola no es más que una sensación: no tiene realidad; es un fenómeno nervioso.
Era hábito de Lucía interesarse mucho por la salud de Miranda, y preguntarle cada día esos pormenores que las madres exigen de sus hijos y que hastían a los indiferentes; pero en esta ocasión le volvió la espalda, y salió encaminándose a la cocina, donde pidió a la conserje una taza de tila, que ella misma subió a Pilar. Duhamel frunció el ceño cuando hubo visto a la paciente.
En seguida examinó al paciente con mano hábil y práctica en este género de operaciones; todo con tanta seguridad y destreza, que todos callaron, y sólo se oía en la pieza el ruido de la agitada respiración del paciente. El señor duque dijo el cirujano, después de haber concluido su examen tiene el tobillo dislocado y la pierna rota, sin duda por haber cargado en ella todo el peso del caballo.
Tras una hora de encierro en el cuarto inmediato al del enfermo, a quien rodeaban su familia gemebunda y cuantos españoles hubo en las inmediaciones, fueron apareciendo uno a uno los doctores, en larga y solemne procesión; cediéronles los profanos el sitio en derredor del lecho; tomó la palabra el menos joven y más estirado de los médicos; dijo que estaban perfectamente de acuerdo todos los profesores allí reunidos, lo mismo sobre el pronóstico que sobre el diagnóstico de la enfermedad que aquejaba al señor marqués; que aprobaban lo que hasta entonces habían dispuesto los dignísimos compañeros que se les habían anticipado en el honor de prestar los primeros auxilios al ilustre paciente; que volverían a reunirse dentro de dos horas, y que buen ánimo, entre tanto, para conllevar la inevitable pesadumbre por lo ocurrido...; con lo cual, y una ceremoniosa inflexión de cuello y de espinazo, salió de la estancia seguido de sus comprofesores, lo mismo que habían entrado, uno a uno y con la respectiva inflexión de cuello y de espinazo, graves, muy graves todos, y a cual más atildado y taciturno.
Cumplió la tarea que se había impuesto con la atención minuciosa, el cuidado paciente y la perseverancia infatigable de aquella sultana aburrida que, en la ausencia del señor, arranca una a una todas las plumas de un viejo loro. Hubiera preferido, desde luego, vengarse directamente de Germana; pero Germana estaba lejos.
Formaba el campamento de Campo Rodrigo un valle triangular entre dos montañas y un río, y era su única salida un escarpado sendero que escalaba la cima de un monte frente a la cabaña, camino iluminado entonces por los plateados rayos de Diana. La paciente podía haberlo visto desde el tosco lecho en que yacía.
Lucía posó suavemente la mano sobre el pecho de Doña Blanca. Entonces notó con pena que los latidos de su corazón habían perdido el ritmo natural: eran desordenados y anormales; pero no dijo nada por no asustar á la paciente y á su hija. El cuidado que requería Doña Blanca no consintió que prosiguiese el diálogo entre Clara y Lucía.
Desde media noche sintió Maxi un entorpecimiento particular dentro de la cabeza, acompañado del presagio del mal. La atonía siguió, con el deseo de sueño no satisfecho y luego una punzada detrás del ojo izquierdo, la cual se aliviaba con la compresión bajo la ceja. El paciente daba vueltas en la cama buscando posturas, sin encontrar la del alivio.
Un año, día por día, servimos á los lectores la paciente labor de Chaves, que era, burla burlando, un pedazo de historia, fragmentaria, anecdótica, concentrada, en que había de todo: desde lo trágico á lo exquisito; desde lo terrible á lo picaresco.
Los criados llegaban por los niños, y era la hora de la lección. Mi tía se mostraba severa, fruncía el ceño, reprendía, amenazaba. Los chicos preferían que Angelina les tomase la lección. Ella, paciente y bondadosa, conseguía que los niños estuvieran atentos, y con una mirada o una caricia ponía orden en aquella turba de diablillos rubios, vestidos con faldellines de seda.
Palabra del Dia
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