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Actualizado: 28 de julio de 2025
Más tarde la firma de Capus sufrió un eclipsamiento de varios años, que acaso fueron muy tristes, y durante los cuales el futuro autor, aleccionado por las hieles de la vida, adquirió esa filosofía bonachona y paciente que caracteriza toda su labor.
Y no es que el conde fuese un hombre desagradable; otra mujer le hubiera encontrado perfecto. De todos sus compañeros de viaje, fue seguramente el más paciente, el más atento, el más delicado; un caballero de honor encargado de escoltar a una reina joven, no hubiera cumplido mejor su deber.
Eso es otra cosa: estos tienen más ciencia, porque curan al paciente sin sacarle palabra alguna... Pero tampoco es necesario, porque yo me curo a mí mismo. Y pidiendo una botella de ginebra, comenzó a beber copa tras copa, echando, en vez de dos, tres y hasta cuatro terrones de azúcar.
Y el mismo pensador, añadió con razón en el capítulo siguiente: «Pegar a un enemigo delante de la mujer a quien ama, es pegarle dos veces: le hieres en el cuerpo y en el alma.» He aquí por qué el paciente Ayvaz-Bey enrojecía de cólera mientras acompañaba a la señorita Tompain y a su madre al piso que les había amueblado.
Estas prodigiosas conquistas de la paciente y despejada muchacha le prestaron desde luego confianza en sí misma, y pudieron darle mucha honra, sí ella entendiese que la necesitaba; mas apenas le dieron material provechoso, que era de lo que más necesidad tenía. Pensaba doña Inés que no había mejor ni más espléndida paga que su afecto.
Otros había, verdaderos Santos Padres, cuyas facultades se habían desenvuelto con el paciente, constante é infatigable estudio de los libros, y cuya pureza de vida puede decirse que los había puesto en comunicación espiritual con un mundo superior.
El anciano Rogerio accedió fácilmente, y continuó su vigilancia médica, haciendo cuanto podía en beneficio del ministro, con la mayor buena fe, pero saliendo siempre de la habitación del paciente, después de una entrevista facultativa, con una sonrisa misteriosa y extraña en los labios.
Nosotros, en la vida real, nos compadeceremos en extremo del paciente, aunque sólo sea prójimo, y no amigo ó deudo; pero si hablamos en verso heroico de lo que acontece, haremos reir en vez de llorar.
El sacerdote se arroja en los brazos del condenado; el verdugo se aproxima y pone al cuello de la víctima la argolla; aprieta después el torniquete que hay en la parte posterior y oprime violentamente el cuello del paciente.
7 pero los cielos que son ahora, y la tierra, son conservados por la misma Palabra, guardados para el fuego en el día del juicio, y de la perdición de los hombres impíos. 9 El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; pero es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento.
Palabra del Dia
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