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Se interrumpió Felipe un momento en medio de su perorata, esperando conocer en el semblante de Amaury la impresión que le producían sus palabras, de cuya elocuencia por su parte no estaba descontento; pero sólo pudo notar que su oyente añadió un pliegue a los muchos que ya surcaban su frente, y exhaló un suspiro aún más profundo que el anterior.

Pero aún en los momentos en que la voz del ministro adquiría más fuerza y vigor, ascendiendo de una manera irresistible, con mayor amplitud y volumen, llenando la iglesia de tal modo que parecía querer abrirse paso al través de las paredes y difundirse en los espacios, aún entonces, si el oyente prestaba cuidadosa atención, con ese objeto determinado, podía descubrir también el mismo grito de dolor. ¿Qué era eso?

A lo cual respondería yo que este fin se conseguiría mucho mejor, sin comparación alguna, con las comedias buenas que con las no tales; porque, de haber oído la comedia artificiosa y bien ordenada, saldría el oyente alegre con las burlas, enseñado con las veras, admirado de los sucesos, discreto con las razones, advertido con los embustes, sagaz con los ejemplos, airado contra el vicio y enamorado de la virtud; que todos estos afectos ha de despertar la buena comedia en el ánimo del que la escuchare, por rústico y torpe que sea; y de toda imposibilidad es imposible dejar de alegrar y entretener, satisfacer y contentar, la comedia que todas estas partes tuviere mucho más que aquella que careciere dellas, como por la mayor parte carecen estas que de ordinario agora se representan.

Por muy maravillosa que fuese la historia y graciosa la narradora, no encantó más que medianamente los oídos del oyente. ¿Cómo se llamaba aquel héroe? El capitán Raynal. Raynal... Raynal... El conde buscaba en vano en el fondo de su memoria.

Se les admite en las oficinas, se dulcifica su suerte y se les hace casi dichosos... Pero ¿cuántos se hacen dignos de esos favores?... La mayor parte no tienen más que una idea: robar y escaparse... El secretario tomó aliento. Su oyente le había escuchado con una atención que le halagaba, y ya se preparaba á proseguir, cuando Tragomer le preguntó: ¿Son frecuentes esas evasiones?

Dimmesdale era de suyo un rico tesoro, de modo que el oyente, aunque no comprendiera nada del idioma en que el orador hablaba, podía sin embargo sentirse arrastrado por el simple sonido y cadencia de las palabras. Como toda otra música respiraban pasión y vehemencia, y despertaban emociones ya tiernas, ya elevadas, en una lengua que todos podían entender.

Y esto de introducir una figura Que á solas hable con tardanza inmensa, ¿No es falta de invención y aun de cordura? Soliloquio es hablar consigo mismo. ¿Quién no se burlará de una persona Que, sin oyente, sobre algún suceso, En forma de diálogo razona?

Ya la comedia es un mapa, Donde no un dedo distante Verás á Londres y á Roma, A Valladolid y á Gante. Muy poco importa al oyente, Que yo en un punto me pase Desde Alemania á Guinea, Sin del teatro mudarme. El pensamiento es ligero; Bien pueden acompañarme Con él, do quiera que fuere, Sin perderme ni cansarmeBuen talle no le perdono, Si es que ha de hacer los galanes: No afectado en ademanes.

Todo lo que los hombres habían escrito ó soñado sobre el Mediterráneo lo tenía el médico en su biblioteca, y lo repetía á su oyente. El mare nostrum de los latinos era para Ferragut una especie de bestia azul, poderosa y de gran inteligencia, un animal sagrado como los dragones y las serpientes que adoran ciertas religiones, viendo en ellos manantiales de vida.

Más bien, dada la circunstancia extraña de que el ladrón no había dejado rastro y había sabido el momento oportuno en que Silas había salido sin cerrar la puerta, momentos que un oyente mortal no hubiera podido calcular de ningún modo, la conclusión más natural que podía sacar parecía ser que la intimidad poco honorable del tejedor con el diablo, si es que había existido nunca, debía estar destruida.