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Actualizado: 15 de noviembre de 2025
¿No lo dije yo? -dijo oyendo esto Sancho-. Sí que no estaba yo borracho: ¡mirad si tiene puesto ya en sal mi amo al gigante! ¡Ciertos son los toros: mi condado está de molde! ¿Quién no había de reír con los disparates de los dos, amo y mozo? Todos reían sino el ventero, que se daba a Satanás.
Maximiliano se estremeció ligeramente, pero nada más. Seguía oyendo. «¿Y qué más?» dijo. ¿Te parece poco? prosiguió la diabla, que de rabiosa que estaba, tenía espuma de saliva en los labios . Pues Ballester y doña Guillermina lo decían hace poco: «Es un santo; pero no tiene el sentimiento del honor». Conque ya sabes. Déjame en paz. No quiero verte más.
35 Entonces los judíos dijeron entre sí: ¿A dónde se ha de ir éste que no le hallemos? ¿Se ha de ir a los esparcidos entre los griegos, y a enseñar a los griegos? 38 El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su vientre. 40 Entonces muchos del pueblo, oyendo este dicho, decían: Verdaderamente éste es el profeta. 41 Otros decían: Este es el Cristo.
En el jardín frente a la puerta de la sala se sentaron Lorenzo y Melchor, a quienes momentos después se agregó Baldomero, diciendo: Con permiso, don Melchor, si no incomodo. ¡No, Baldomero! ¡Al contrario! Aquí estamos tomando fresco y oyendo el piano.
Oyendo lo cual don Quijote, dijo entre sí: -Bien parece que éstos no han visto a mi Dulcinea del Toboso, que si la hubieran visto, ellos se fueran a la mano en las alabanzas desta su Quiteria.
Después de inspeccionarlo todo, me volví á mi casa sin haber podido adquirir noticias referentes á la ermita. Una hermosa y risueña alborada como lo son todas en la India, me despertó, oyendo los ecos del lejano volteo de la campanita que convocaba á los creyentes á la misa del alba. Era viernes.
En la muchacha tampoco tenía ya imperio la voluntad; desfallecía de amor, miraba y no veía, las palabras de don Juan no le parecían voces humanas; se le antojaba estar oyendo el ruido delicioso que las puertas de los cielos deben de producir al abrirse para que penetre en la gloria un elegido del Señor.
Mariana había visto que el aya tenía el oído pegado a la puerta. ¿Qué está pasando ahí dentro, Marta, para que lo estéis oyendo con tanta inquietud? ¿Hablan de vos? Sí, sí, de mí murmuró la viuda. No quiero molestaros con mi presencia; dentro de un rato me diréis lo que haya pasado, ¿verdad?
Eduardito... ¡sólo Eduardito! El muy tonto, como tiene dinero, como su padre es rico, está seguro de que le hará caso. Mis paisanos no tardaron en advertir que, tarde a tarde me pasaba yo las horas oyendo tocar a Gabrielita. Una noche, al entrar en la botica, oí que hablaban de la señorita Fernández, y que decían algo de mí.
Pues yo te digo, Gabrielillo, que me confieso contigo, y que te voy a decir mis pecados, y cuenta con que Dios me está oyendo detrás de ti, y que me va a perdonar».
Palabra del Dia
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