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Actualizado: 30 de junio de 2025


La que Atenas del mundo Americano, etc. Antes que yo la ha llamado así un escritor célebre por su amor á la libertad y ardientes simpatias por las Repúblicas de Sud-América: el Abate de Prad. La tribuna de Agüero y de Dorrego. Al nombrar dos célebres oradores Argentinos no he querido en ningun modo establecer la supremacia suya sobre los demas.

Tenían estos dos oradores de la taberna de Arcale hablando en castellano un carácter común y era que invariablemente trabucaban las efes y las pes. No había medio de que las pronunciasen a derechas. ¿Qué te farece a el médico nuevo? le preguntaba Pichía a Tellagorri. !Psé! contestaba el otro . La frática es lo que le palta.

Seguía impasible sus inauditas reformas urbanas, escuchando con sonrisa cruel las quejas de sus víctimas, contestando con sarcasmos feroces a los discursos de los oradores del bando contrario. Marcones introdujo a don Mateo en una sala contigua al salón de sesiones. La tribuna destinada al público era demasiado asquerosa para entrar en ella una persona decente.

Les interesaba la cuestión social como algo positivo relacionado con su bienestar; pero por más esfuerzos que hicieran los oradores por exponer las generosidades de la sociología revolucionaria, la gente sólo veía la ventaja de aumentar en unos cuantos reales el jornal y trabajar alguna hora menos... Pero se hablaba del jesuíta, del fraile, del cura, y la muchedumbre se ponía instintivamente de pie, con nervioso impulso, y brillaban los ojos con el fulgor diabólico de una venganza secular, y sonaba estrepitoso el trueno del aplauso delirante, y se levantaban los puños amenazadores, buscando al enemigo tradicional, al hombre negro, señor de España.

Sentía el mismo temor y embarazo que los oradores noveles cuando levantan su voz en público. Pero si siempre había sido un problema difícil, en aquel instante, considerado el éxito poco lisonjero de su visita y el carácter y la situación de las personas que allí se hallaban, ofrecióselo al alma como una utopia.

Una noche al levantarse la sesión, Miguel sintió que le tocaban en el hombro; era Valle, el marido de su prima Eulalia, uno de los oradores más importantes a la sazón, no sólo del Ateneo, sino también del Congreso.

Me imaginaba oir la palabra vigorosa y ardiente de alguno de aquellos grandes oradores que ilustraron al pueblo heleno... Porque la elocuencia de mi queridísimo amigo el señor Peña, tiene mucho de la arrebatada pasión que caracterizaba a Démostenes, el príncipe de los oradores y bastante también de la fluidez y elegancia que brillaba en los discursos de Pericles.

Hace veinte años que viene todas las tardes, con el mismo sombrero en que pone: Redón, con el mismo gabán que se levanta escrupulosamente al sentarse. A veces sonríe y se pasa la mano por la barba. ¡Aquellos oradores que hablaban bien! exclama este viejo. Yo quiero saber quiénes eran aquellos oradores.

Varias veces asistí á las sesiones del Congreso en Madrid, y tuve la fortuna de oir discurrir á los mejores oradores de todos los partidos. A juzgar por ellos, y teniendo en cuenta la intolerancia reglamentaria que les impide hablar con libertad, me pareció que España era superior en la oratoria á la España periodista ó escritora.

Era tan rico San Juan en hombres de luces el año 1825, que la sala de representantes contaba con seis oradores de nota.

Palabra del Dia

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