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Actualizado: 3 de junio de 2025
Almudena ordenó después que había de buscar una olla de barro con siete agujeros, con siete nada más, todo sin hablar, porque si hablaba no valía. ¿Pero dónde demontres estaban esas ollas con siete agujeros? A esto replicó el ciego que en su tierra las había, y que aquí podían suplirse con los tostadores que usan las castañeras, buscando el que tuviese siete bujeros, ni uno más ni uno menos.
Cuando el Oriente llegó con la niña, encontraron a la madre del Poniente. Ella recibió a la niña con gran asombro y cariño. La niña hizo las mismas preguntas y la madre contestó: Mi hijo le conocerá. 145 Entonces la escondió debajo de la olla. Cuando llegó el Poniente, estaba muy enojado pero después que hubo comido, la madre sacó la niña y preguntó por el príncipe Jalma.
El corazón de Juan Claudio se estremeció de alegría al oír aquella voz, y el anciano, antes de entrar, no pudo dejar de mirar un momento por la ventana. La cocina era grande, pero baja de techo, y estaba blanqueada. Una viva hoguera de troncos de haya chisporroteaba en el llar, envolviendo con sus doradas espirales la negra superficie de una enorme olla.
Decía Cabra a cada sorbo: "Cierto que no hay tal cosa como la olla, digan lo que dijeren; todo lo demás es vicio y gula." Acabando de decirlo echóse su escudilla a pechos, diciendo: "Todo esto es salud y otro tanto ingenio." "¡Mal ingenio te acabe!" decía yo entre mí, cuando vi un mozo medio espíritu y tan flaco, con un plato de carne en las manos, que parecía la había quitado de sí mismo.
Según: rabio á ratos, á ratos río, como olla podrida; y si no engordo, no enflaquezco. Decíamos que el duque... pues... decíamos que el duque... ¿qué decíamos, don Francisco? Yo no decía nada. Yo he querido decir algo... pues... quería haberos dicho algo de cierto hijo. No entiendo á vuestra majestad. Pues hablemos de un sobrino. Lo entiendo menos. De un rizo... Continúo á obscuras...
Parecióle después que en esto se gastaba mucho, y dio en sólo asomar el tocino a la olla. Dábase la olla por entendida del tocino y nosotros comíamos algunas sospechas de pernil. Pasábamoslo con estas cosas como se puede imaginar.
Y hecho, esto, sentóse cabo della, preguntándome muy por extenso de dónde era y cómo había venido a aquella ciudad. Y yo le di más larga cuenta que quisiera, porque me paresció más conveniente hora de mandar poner la mesa y escudillar la olla que de lo que me pedía.
28 Saeta no le hace huir; las piedras de honda se le tornan aristas. 29 Tiene toda arma por hojarascas, y del blandir de la pica se burla. 31 Hace hervir como una olla el mar profundo, y lo vuelve como una olla de ungüento. 32 En pos de sí hace resplandecer la senda, que parece que el mar es cano. 33 No hay sobre la tierra su semejante, hecho para nada temer.
Don Josef era oriundo de Cataluña y se vanagloriaba de haber nacido en el castillo Monjuich; de haber salvado la vida a varias personas, de haber presenciado un naufragio y de haber sido casi víctima del hambre de una tigra mansa; preciábase de haber conocido a la Reina de España, doña Cristina, de haberla visto comer una olla podrida en un día de toros.
«Para curar la hidropesía se debe cojer planta de Tanglad en regular cantidad y con las raíces se cuece en una olla, echandola agua suficiente; se cubre bien con hojas de plátano, cosa que no respire de vapor y cuando ya está hirviendo, se hace sentar al enfermo en una silla, se le cubre bien con sabanas hasta la cabeza, y después se pone la olla debajo del asiento y en la cubierta se forma un ahujero para salir el vapor que el enfermo lo irá recibiendo, para que sude mucho, pues con este sudorífico se curará.
Palabra del Dia
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