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Actualizado: 3 de junio de 2025
Ordena el diablo que a la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera, que era angosta y oscura, con los platos y olla, yo estaba en un paso de una montería, y daba grandes gritos componiendo mi comedia; y decía: Guarda el oso, guarda el oso, que me deja hecho pedazos, y baja tras ti furioso;
Sí, por cierto; el señor Francisco Montiño me ha dicho: Gonzalvillo, hijo, ve á aquel aposento, y lleva, á un hidalgo que encontrarás en él, y que es mi sobrino, una empanada de olla podrida, un capón de leche, un besugo fresco cocido, un pastel hojaldrado, frutas, confituras y dos botellas del bueno, de Pinto. Sírvele bien, y si quisiere otras cosas, téngalas; como si se tratara de mí mismo.
Sancho Panza, que también tuvo a milagro la mejoría de su amo, le rogó que le diese a él lo que quedaba en la olla, que no era poca cantidad. Concedióselo don Quijote, y él, tomándola a dos manos, con buena fe y mejor talante, se la echó a pechos, y envasó bien poco menos que su amo.
Tápese la olla con un poco de papel de estraza y sobre él una cazuela de barro llena de agua, y que continúe la cocción hasta que queden tiernas.
Sólo añadió a la comida tocino en la olla, por no sé qué que le dijeron un día de hidalguía allá fuera. Y así, tenía una caja de hierro, toda agujerada como salvadera, abríala y metía un pedazo de tocino en ella que la llenase y tornábala a cerrar y metíala colgando de un cordel en la olla, para que la diese algún zumo por los agujeros y quedase para otro día el tocino.
Era lo que había en la olla un guiso de habas gordas y tiernas, con lonjas de tocino y cornetillas picantes que habían de hacerlo suculento y sabroso. Los pastores, así como le habían dado techo amigo donde abrigarse de la lluvia y pasar la noche, le ofrecieron también su rústica cena.
No llegaba a mí desde una legua y andaba alrededor con el cucharón, y como yo me estaba quedo, parecían tretas contra olla que se sale. Díjome al fin: -Esto es lo bueno y no las borracherías que enseñan estos bellacos maestros de esgrima, que no saben sino beber.
Vetusta, la muy noble y leal ciudad, corte en lejano siglo, hacía la digestión del cocido y de la olla podrida, y descansaba oyendo entre sueños el monótono y familiar zumbido de la campana de coro, que retumbaba allá en lo alto de la esbelta torre en la Santa Basílica.
En la casa hay algo, porque los pájaros se ponen así cuando el cocinero anda por la cocina saliendo y entrando, con el delantal volándole por las piernas, y la olla de plata en las dos manos, oliendo a leche quemada y a vino dulce.
Las guineas habían ido aumentando en la olla de hierro, y su existencia se había limitado y endurecido de más en más, hasta no ser más que una simple pulsación del deseo y de la satisfacción, pulsación que no tenía ninguna atinencia con ninguna otra criatura humana. Su vida se había limitado a la acción de tejer y de atesorar, sin tener ningún fin a que tendiera su acción.
Palabra del Dia
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