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¡Feliz yo si hubiera tantas perdices como las de mi plazuela de Herradores, tantos pucheros como mi olla de Madrid, tantas botellas como las de mi clásico manchego! Voy á terminar este dia con una pregunta: ¿se vive aquí mejor que en otras partes?

Los hijos del amor eran siempre los más hermosos: tenían algo de extraordinario, que rara vez se encontraba en los retoños engendrados por las parejas legales, que procrean por deber y por instinto, durante las noches blancas, de placer triste y monótono, en las que los besos tienen el sabor suculento y vulgar de la olla casera. Sánchez Morueta calló como fatigado por su confesión.

No sólo se turbó, pero subió de nuevo a su dormitorio, notando una sensación extraña, como si le hubiesen descargado un fuerte golpe en las piernas quebrándoselas. Al entrar en su habitación, pensaba esto o algo análogo: «Vamos a ver, ¿quién es el guapo que dice misa hoy?». No, ese guapo no era él. ¡Buena misa sería la que dijese, con la cabeza hecha una olla de grillos!

A la mañana siguiente, cuando llegó Marisalada, al entrar en el patio, se dio de frente con Momo, que sentado sobre una piedra de molino, almorzaba pan y sardinas. ¿Ya estás ahí, Gaviota? este fue el suave recibimiento que le hizo Momo ; ¡sobre que un día te hemos de hallar en la olla del potaje! ¿No tienes nada que hacer en tu casa?

«¡Y las campanas toca que tocarás!». Ya pensaba que las tenía dentro del cerebro; que no eran golpes del metal sino aldabonazos de la neuralgia que quería enseñorearse de aquella mala cabeza, olla de grillos mal avenidos.

Delante se colocaba el candil de barro, encendido con aceite, y se le tapaba con la olla, de modo que no se viese más luz que la que saldría por los siete bujeros, y a corta distancia se ponía la cazuela con lumbre para echar los sahumerios, y se empezaba a decir la oración una y otra vez con el pensamiento, porque hablada no valía.

Esta Santa Clementina, hablo de su capilla, es una deshonra del arte, la ignominia de la catedral de Vetusta. Calló un momento para limpiar el sudor de la frente y del cogote con el pañuelo perfumado de Obdulia, porque el suyo estaba empapado tiempo hacía en elocuencia liquefacta. Los Infanzones sudaban también. El marido tenía en la cabeza una olla de grillos.

Allí donde hubiera una masa de agua, océano, río ó lago, fuese cual fuese la altura y la latitud, montaña perdida en las nubes, valle hirviente como una olla, mar tropical y luminoso con selvas de colores en sus entrañas, mar polar con corteza de hielos poblados de focas y osos blancos, el pez hacía su aparición.

Ordena el diablo que a la hora y punto que la moza iba subiendo por la escalera que era angosta y oscura con dos platos y olla, yo estaba en un paso de una montería, y daba grandes gritos componiendo mi comedia: decía: Guarda el oso, guarda el oso, que me deja hecho pedazos, y baja tras ti furioso.

Le ha hecho una gracia atroz nuestra pequeña juerga. Estos jesuitas son todos hombres de sociedad, no son como los curas de misa y olla... Le miré de arriba abajo con expresión rencorosa y le dije con acento irritado: ¡Usted siempre tan oportuno! Y sin aguardar contestación, giré sobre los talones y me fui. Lo que inmediatamente preví sucedió, en efecto.