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Actualizado: 17 de junio de 2025


Pasaban semanas y semanas en el mar, fuese cual fuese el tiempo, durmiendo en el fondo de una cala que apestaba á pescado rancio, manteniéndose en patrulla aunque rugiese la tempestad, saltando como un tapón de botella de ola en ola, para repetir las hazañas de los antiguos corsarios. Ferragut tenía un pariente en el ejército que se aglomeraba en Salónica para avanzar tierra adentro.

Era un torrente de pensamientos graves, de sensaciones confusas que atravesaba su cerebro y su corazón. Apenas guardaba la conciencia de que fuesen suyos. Una ola de olvido le envolvía poco a poco; una voz bien alta subía invitándole a mirar hacia arriba y a despreciar lo de abajo.

»Pienso comenzar muy pronto una larga tanda de baños de ola: no porque los necesite, sino por probar de todo lo bueno que hay aquí; y la playa esta es de las mejores del mundo, en opinión de los villavejanos que no la usan nunca para eso... ni para cosa alguna.

Aquella ola de luz que se derramaba por el salón, en plena tarde, mientras en la claraboya aún brillaba el sol, parecíale la repentina entrada en la gloria que venía hacia él, para darle el espaldarazo del renombre.

La vida humana se asemeja a un mar agitado: una ola sigue a otra, desde el antiguo al nuevo mundo, y nada puede detener este movimiento eterno.

Con un supremo esfuerzo de voluntad, inclinábase ante la obra, emballenando los corsés, bordando a mano las «flores»; pero apenas tenía acabada una docena, coloreábase su rostro con una ola de sangre, su cabeza daba vueltas, y echando atrás el cuerpo, cerraba los ojos como si fuese a desvanecerse. No podía trabajar más.

Necesitaba la Naturaleza libre como fondo de su voluptuosidad; la persecución y el asalto, lo mismo que en los tiempos primitivos; sentir en sus pies la caricia de la ola muerta mientras se agitaba sobre su presa rugiendo de pasión, lo mismo que un monstruo marino.

Se vió agitar del mártir la cabeza, Y su ojo frio se volvió á encender, Y desatado el labio á la palabra, Clamó: «Sois hijos de ochocientos diezEn la llanura de la inmensa Pampa, Do de América el génio, firme estampa Su huella colosal; Do el Pampero con alas de gigante La nube azota y la ola que espumante Alza la tempestad.

Fiera sirte aborrecida, cuanto apacible falaz, ¿qué ley aquí nos encierra, que nos tiene siempre en guerra sin darnos nunca la paz? ¡Viene la ola! Sereno busco una tumba en su seno donde tranquilo dormir... En vano, que otra ola avanza fingiéndome una esperanza y obligándome a vivir.

Si antes supiera que la apetecías, antes te la hubiera ofrecido, ¡oh mandarín excelsoGonzalo terminó de leer la gacetilla con indiferencia. De pronto, cayó como un rayo sobre su mente la idea de que en aquel cuentecillo se aludía a él. Una ola de sangre subió a su rostro, y se lo encendió como una brasa. Echó una rápida mirada de vergüenza en torno. Estaba solo.

Palabra del Dia

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