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Actualizado: 17 de julio de 2025
El hijo del brigadier notó el estremecimiento de sus manos y vio claramente que una ola de rubor había subido a sus mejillas, por más que hubiera vuelto rápidamente la cabeza hacia la puerta del palco: «Ya eres mía,» pensó con la fatuidad propia de los jóvenes que aspiran a sentar plaza de seductores.
Y también Versos sencillos, en el que cada estrofa, responde a un estado de espíritu, y en el que como él decía: «a veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra la roca del castillo ensangrentado; y a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores».
En efecto, el mar, como un gladiador que reconcentra sus fuerzas para lanzarse con mayor brío sobre su adversario, se había retirado dos millas de la playa, y una ola gigantesca y espumosa alanzaba sobre la población.
Oye, querido tornó á decir con resolución al cabo de un rato. Me voy en busca de ellos. ¿Quieres hacerme el favor de acompañarme? Una ola de vergüenza subió á las mejillas del caballero de Medina. ¿Yo?... ¿Qué dices?... No te apures, hijo manifestó la joven observando su turbación. Te lo he pedido porque, como dudo que Velázquez me defienda, es fácil que entre todos ellos me maten.
El Duque dejó caer la pistola y se cruzó de brazos, esperando la muerte, con una bravura llena de afectación y soberbia. Gonzalo avanzó precipitadamente, hasta ponerse a dos pasos de su adversario. En aquel momento una ola de sangre le cegó. Su temperamento de atleta venció repentinamente a las sugestiones de la razón.
¡Pero el hombre aún estaba allí, á su lado, inmóvil debajo de la enredadera! La sangre subió otra vez aceleradamente al rostro y lo tiñó de fuerte color rojo. Una ola de fuego invadió su yerto corazón abrasándolo en ira. Dió tres ó cuatro pasos adelante. Al mismo tiempo el hombre salía del cenador y la claridad de la luna dejó ver las facciones atezadas y varoniles de Pedro.
Como una ola de admiración precedía al fúnebre cortejo; antes de llegar la procesión a una calle, ya se sabía en ella, por las apretadas filas de las aceras, por la muchedumbre asomada a ventanas y balcones que «la Regenta venía guapísima, pálida, como la Virgen a cuyos pies caminaba». No se hablaba de otra cosa, no se pensaba en otra cosa.
Aunque con dificultad, reconoció a Pachín y al hombre de la noche pasada, que esta vez advirtió bien que era el Duque. Las dos sombras desaparecieron al instante entre los árboles cercanos a la casa. Quedó petrificada. Una ola de indignación, que se formó en su pecho, subió a los labios y exclamó: ¡Qué infame! ¡qué infame!
El 26 fue cuando la de Tellería, no pudiendo ya contener la ola de tristeza que se desbordaba en su afligido pecho, la vertió sobre el de su buena amiga, previo este exordio patético que nos ha conservado la historia: «También le mandaré a usted el vestido de muselina con visos violeta... y todos mis encajes de Valenciennes, punto de Alenzon y guipure. ¿Para qué quiero nada ya?
Ellos son la espuma que salpica la barca y también la ola que la lleva a seguro puerto; la nube que oculta la estrella y también la sombra que la hace resaltar; el puñal que hiere y que envenena y la mano que venda y que restaura; el chiste raquítico que rebaja y la oda resonante que eleva y dignifica; la multitud que recrimina y aplasta y el pueblo que corona y premia; los gusanos que destruyen el cadáver y las flores que crecen sobre las sepulturas.
Palabra del Dia
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