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Actualizado: 25 de junio de 2025
Tal vez a usted le sorprenda oírme hablar así... o más bien... debe haberle llamado la atención de que únicamente yo no le diese nunca una broma con Adriana. Confiese que le ha sorprendido. Me hizo pensar, más bien... ¿Lo inquietó? ¡Qué tontera! Yo esperaba, para darles bromas, y para ayudarlos, que se enamoraran los dos completamente.
Sarto, al oírme, tomó y estrechó mi mano. A la mañana siguiente di algunas órdenes y me sentí más satisfecho que nunca. Había puesto manos a la obra, al trabajo, y éste, ya que no cura el amor, es por lo menos como un narcótico que nos permite olvidarlo temporalmente.
Y ahora, asómbrese usted: he resuelto despachar su pretensión... favorablemente. »Es imposible pintar aquí las cosas que hizo y las finezas que me enderezó mi pretendiente, al oírme hablar en aquellos términos. Le faltó muy poco para darme las gracias de rodillas. » Todavía no le dije conteniéndole . Hay que deslindar antes los campos, y poner cada cosa en su sitio y a la necesaria claridad.
Tan hueca se puso al oírme decir esto, que aún creo que le nacía un pecho nuevo... Oye lo que tienes que hacer cuando esto se realice: Yo te daré una cantidad que le entregarás a ella el primer día, suplicándole que te la coloque. Te niegas a admitirle recibo.
Al oirme, suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle, y pónenos á entrambos en escena. ¡Bien, mi amigo! ¿Pues en qué me has conocido? ¿Quién pudiera sino tú... ¿Has venido ya de tu Vizcaya? No, Braulio, no he venido. Siempre el mismo genio. ¿Qué quieres? es la pregunta del español. ¡Cuánto me alegro de que estés aquí! ¡Sabes que mañana son mis días? Te los deseo muy felices.
Es deplorable lo que pasa en lo referente al nuevo criterio moral de la sociedad porteña... No te extrañe oírme filosofar acerca de los vicios sociales.
Entonces recibí tantas y tan calurosas protestas de interés, que me conmoví, Blasillo. Bien pronto el círculo se engrandeció, y todos quisieron oírme contar mi desgraciada existencia. Yo me presté a ello; siempre es dulce hablar de sus desgracias a quien las compadece, y hay en ello como una miserable coquetería que impulsa a decir: Ved cómo mi herida sangra aún.
De pronto, desapareció de mis ojos la alegría, y huyó la sonrisa de mis labios: «Entremos en tu cuarto me dijo con voz entrecortada; necesito hablarte de cosas muy tristes, y darte noticias muy poco agradables. Procura tener valor para oírme, concentra todas tus fuerzas morales: subamos.»
Al entrar en el Casino una tarde, husmeó el acontecimiento extraordinario. Las gentes hablaban, se pedían noticias, corrían todas á una misma mesa. El amigo Lewis pasó junto á él sin detenerse. Tenía que ocurrir.... No sabe jugar.... Lo esperaba. Un poco más allá le salió al paso Spadoni. Nunca ha querido oirme... Hace su capricho... no sigue un sistema. Ya ha rodado al suelo.
Este «buen origen» es Rufita González... Sí... justo... la misma... Vamos, tal para cual... Pero, hombre, ¿tenía usted en su poder este comprobante y dudaba todavía?... ¿Qué juicio forma usted de todo eso, señor don Claudio? ¿No acaba usted de oírme?... ¿O pretende que se le dé por escrito? Pues aguarde usted un poco.
Palabra del Dia
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