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Actualizado: 25 de junio de 2025
Echome las manos a los ojos, y sujetándome por detrás: ¿Quién soy? gritaba alborozado con el buen éxito de su delicada travesura. ¿Quién soy? Un animal iba a responderle; pero me acordé de repente de quien podría ser, y sustituyendo cantidades iguales: ¡Braulio eres! le dije. Al oírme suelta sus manos, ríe, se aprieta los ijares, alborota la calle, y pónenos a entrambos en escena.
Vete, echa a correr, y no vuelvas hasta que yo te llame, que de esta suerte podrás correr sin parar. ¿Que no me llamarás, dices? replicó la mujer ; sería quizá demasiado favor, que harías a la que tantas veces ha sido llamada por los grandes, por los embajadores, ¡por la corte entera! ¿Sabes tú, rústico, ganso, zopenco, el dineral que se daba sólo por oírme?
Por eso un ¡ay! solamente y, sobre todo, el quejido que acompaña a la emisión de la sílaba, dice más que todo un tomo de filosofía sobre el dolor. No sé si me explico. Y por ello doime ahora clara cuenta de la razón de mi marido al decir que cuando mejor me comprende es al oirme cantar.
Y sin embargo de que el rey no quiso oírme una sola palabra de política, á pesar de que esto me entristeció, porque ya sabéis cuánta falta nos hace el que su majestad tome sobre sí el peso del gobierno, fuí feliz, concebí esperanzas; el rey se mostró transformado... Su majestad medita demasiado las cosas... Por el contrario dijo con arranque la reina , el rey no medita nada.
No por cierto; el rey no quiso oírme, ni la reina ha conseguido nada; pero al fin, cuando menos lo esperábamos, el rey ha llamado á su majestad y le ha dado el auto de libertad de mi esposo. ¡El rey, que se había negado á oíros, y que había desoído á la reina, os ha dado por fin el auto de libertad de don Juan! Sí; él y vos habéis sido declarados libres.
El pecador tenía gusto en oírme, y yo me agarraba a él, acompañándolo a las tabernas y a sitios peores, señora... a sitios donde fueran conducidas en tiempos de martirio las santas vírgenes para ser atormentadas en lo que más estimaban.
Pero antes de que llegue hasta nosotros pasa por cuatro cuerpos: el azul, el rojo, el amarillo y el verde. Por eso vemos el arco iris. Según el color que predomina, así es el tiempo. Además, están los ocho vientos; pero éstos sólo los entiende el que los maneja, que es Dios. ¿No es esto cierto y clarísimo? Pues los señores sabios no quieren oírme.
Vea usted, señorita: si Ricardo está creyendo que yo pretendo a Gabriela, es porque alguno le ha engañado.... ¡Alguno que ha querido burlarse de nosotros...! Luisa nos escuchaba atentamente, jugaba con el abanico, y sonreía al oirme. Teresa se quedó un instante pensativa. Oiga usted, Rodolfo: ¿me quiere usted hacer un favor? Veamos, ¿cuál?... ¿Tiene usted amores con esa señorita? No. ¿De veras?
No quisieron oirme, ni atender a mis palabras, antes rebeldes siempre obraron peor que sus Padres. Válese de este texto el Doctísimo Sousa en sus Aforismos libro 4, Cap. 20, número 1.
Sus voces languidecían; sus cuerpos, poseídos de atracción mutua e imperiosa, se juntaban como dos hojas de árbol que el viento agita. Acortaron el paso. Juan, deseoso de prolongar aquella emoción paradisíaca, exclamó sin tener en cuenta el intenso frío: ¡Qué hermosa noche! ¡Cristeta, ya eres mía! Espera dijo ella ; antes tienes que oírme.
Palabra del Dia
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