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Actualizado: 22 de junio de 2025


Una mujer ofendida chilla más que una rata salida del caño... Luego que me dió el aire entendí que había hecho mal en sofocarme, porque , aunque un poco sin vergüenza, siempre te has portado como buen amigo y serías un sujeto á pedir de boca... si te dieran las viruelas.

Semejante entonces al sol en su ocaso, se retira majestuosamente, dejando, si se casa, su puesto a otros, que vengan en él a la sociedad ofendida y cobran en el nuevo marido, a veces con crecidos intereses, las letras que él contra sus antecesores girara. Sólo una observación general haremos antes de concluir nuestro artículo acerca de lo que se llama en el mundo vulgarmente calaveradas.

, Pepe; soy más leal que : me tienes ofendida. Dices que me quieres porque soy buena, y has sido capaz de suponer que podía hacerme mal efecto, así, clarito, lo de trabajar en una imprenta. Basta de esto, porque no quiero parecerte pesada; y conste que me conoce mal quien suponga que el obrar bien pudiera hacerle desmerecer en mi ánimo.

¿No te he dicho que soy la comadreja del alcázar, que velo mientras los otros duermen, que todo lo veo y lo oigo? Pues bien; por esa razón que tu hija es querida... ¡Querida! exclamó el duque afectando una explosión de dignidad ofendida. Querida, manceba, moza, entretenimiento, como quieras, de don Francisco de Quevedo. ¡Mentira!

Felizmente, Diana, viva y cordial, hizo desaparecer pronto la turbación que se había producido entre ellos. Ciertamente, más que nunca; ¿lo dudaban ustedes? Marca treinta grados sobre cero. María Teresa, no; ella no dudaba; pero yo, ¡dudaba! ¡Diana! exclamó María Teresa, realmente ofendida por la ligereza de su prima. Y bien, ¿no es verdad, acaso?

Ofendida excesivamente la soberbia diabólica de tal desprecio, se echaron sobre él, y con una fiera tempestad de muchos y crueles golpes, le pisaron, hirieron y maltrataron tanto, que le hicieron arrojar por la boca gran copia de sangre; y por más que repitieron los golpes, aunque lo redujeron á los últimos peligros de la vida, nunca pudieron contrastar su constancia.

¡Amigo! gritó ofendida. No, su enemigo. Y, por lo tanto, su papá le temía, ¿no es así? Fue esa razón la que lo indujo a insertar en su testamento esa imprudente cláusula. Entonces le referí la visita que la noche anterior nos había hecho Dawson, todo lo que nos había dicho y la atrevida actitud desafiadora que había adoptado con nosotros. Suspiró, pero no pronunció una sola palabra.

¿Y de dónde sacar nuevos tesoros? ¿dónde encontrar otros moriscos? ¿cómo agravar los tributos? ¿Qué hacer para acabar esas guerras eternas que nos desangran? ¿y cómo acabarlas sin exponerse á caer de lo alto ante el orgullo de España ofendida? ¿cómo quitar á un ambicioso de un puesto que satisface su ambición para poner á otro?

¡Señora! exclamó con el acento de la dignidad ofendida doña Clara. Pues bien, léelas. ¡Ah, no; no, señora! dijo la joven rechazando con respeto las cartas que le mostraba la reina. Te mando que las leas dijo con acento de dulce autoridad Margarita de Austria. Doña Clara tomó cuatro cartas que le entregaba la reina, abrió una y se puso á leerla en silencio. Lee alto dijo la reina.

Durante muchos días y bien podría decir por espacio de muchos meses, la imagen de Magdalena ofendida y tan llena de angustia me persiguió como un remordimiento y me hizo expiar cruelmente mis faltas.

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