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Actualizado: 22 de junio de 2025
¿Por quién me tenéis? dije al cocinero mayor fingiéndome gravemente ofendida, á pesar de que tenía una viva curiosidad por saber quién era aquella persona ; ¡ea! añadí: idos de mi casa, si no queréis que os haga echar á palos.
Cuando no miraban, atraían su atención dando golpecitos al cristal. Ninguna se creía ofendida.
Por más que tenía conocimiento de la virtud de la esposa de su amigo Pepe, y nunca se le había pasado por la imaginación ponerla á prueba, excitado su orgullo, principió por galantearla en broma y concluyó por requerirla de amores en serio. Paca opuso la misma suave indiferencia á uno que á otro: ni se mostró halagada ni ofendida. Su táctica consistió en hacerse incrédula y en rehusar oirle.
El moro le abre sus puertas y penetra en su dormitorio; pero la dama lo recibe con la orgullosa majestad de la inocencia ofendida, y lo reconviene tan vivamente por su indigna conducta, que él renuncia á su pasión, y para borrar su falta hace á Dorotea un cuantioso regalo, que, aumentando considerablemente su fortuna, la habilita para dar su mano á D. Juan con anuencia de su padre.
Calixto, mancebo gentil, rico y noble, penetra buscando un azor, en los jardines de la egregia y hermosa doncella Melibea; prendado de ella, la requiere de amores, y ofendida la dama en su recato y en su orgullo, áspera y crudamente le despide. Melibea y Calixto son ambos de igual condición elevada, así por el nacimiento, como por los bienes de fortuna.
Cuando se quedaron solos los Delfines, Jacinta se despachó a su gusto con su marido, y tan cargada de razón estaba y tan firme y valerosa, que apenas pudo él contestarle, y sus triquiñuelas fueron armas impotentes y risibles contra la verdad que afluía de los labios de la ofendida consorte.
»Yo, para prevenir cualquier accidente, propuse al doctor que entre los dos transportásemos a Magdalena, sentada, en su sillón; y aunque ella se opuso en un principio, ofendida en su amor propio de convaleciente y creyendo inútil semejante precaución, accedió al fin cuando le hicimos formal promesa de permitirle pasear por el jardín.
Miguel planteó al fin el problema que bullía en su cabeza: el de ir a pasar un rato en buen amor y compaña a cualquier parte. La generala soltó bruscamente la mano que le tenía cogida, y echó atrás la cabeza con manifiestas señales de hallarse gravemente ofendida.
No; ni ganas contestó Yuba-Bill secamente, viendo ofendida en su persona, por tan contumaz individua, a toda la compañía pionera de diligencias. ¡Pues, sí que la hemos hecho buena!... replicó el juez, pensando en la verja allanada. Mire usted dijo Yuba-Bill, con delicada ironía, ¿no haría mejor en volverse y tomar asiento en el coche hasta que le avisaran? Yo entro.
Y cuando él lo negaba, la ofendida esposa, que sentía en su alma la convicción profundísima de la autenticidad del hecho, irritábase más: «No lo niegues, no me lo niegues, pues yo sé que es cierto. Hace tiempo que te lo he conocido». ¿En qué...? En muchas cosas. Dímelas indicó él poniéndose serio. Si siempre has de negarlo... Pero no, no me engañas más.
Palabra del Dia
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