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Actualizado: 22 de julio de 2025
El astuto Antonelli había atado para siempre a Bismarck con hilo de araña. Jacobo, sin hacer una sola caricia a la niña, despidióse fríamente, y Monina le miró marchar, chupándose, con altivez de dama ofendida, tres dedos al mismo tiempo.
La soberbia de Elisa, ofendida y humillada en lo más vivo, pedía venganza desde el fondo de su corazón.
Paulita tenía su táctica; al darle las gracias se hizo la ofendida, la resentida, y delicadamente dió á entender que se estrañaba de encontrarle allí cuando todo el mundo estaba en la Luneta, hasta las actrices francesas... Me había dado usted cita, ¿cómo podía yo menos...?
Y la joven dijo esto con gravedad, sin mirarle, como si hubiera perdido para siempre su sonrisa de mujer fácil que había engañado á Ferragut. En el tren se humanizó, hasta perder su mal gesto de ofendida. Iban á separarse pronto. La doctora parecía cada vez menos abordable, así como rodaba el vagón hacia Salerno.
¿Cómo? poniendo entre la gracia del rey y don Juan, la justicia ofendida. Es decir, ¿formando proceso á don Juan por la herida de Calderón? Y por añadidura, á don Francisco de Quevedo. Y si todo eso sucede, ¿me devolveréis esas cartas que me habéis robado? Cuando Dorotea posea completamente á don Juan, ó cuando yo la haya vengado de él.
Su amor había sido despreciado, sus ruegos desoídos, su fe ofendida; la obra de destrucción había continuado más activa que antes, y ella, que había querido impedirla, se consideraba su cómplice. Entonces había reconocido, demasiado tarde, que el camino en que avanzaba debía tener fatalmente una sola salida: persuadida de que su engaño no merecía perdón, había pensado en la muerte.
Pero la misma ofendida no extremaba mucho, como parecía natural, los anatemas contra el seductor, por cuya razón tuvo Maximiliano que redoblar su furia contra él, llamándole monstruo y otras cosas muy malas. Fortunata veíase forzada a repetirlo; pero no había medio de que pronunciara la palabra monstruo.
Algunas veces se retiraba medio ofendida por las audacias verbales de Fernando, y éste respiraba, satisfecho y contrariado al mismo tiempo. «¡Anda con Dios y no vuelvas nunca! se decía con rabia . La verdad es que no sé por qué pierdo el tiempo con esta mujer.» Pero no transcurrían muchas horas sin que se reanudasen las relaciones de buena amistad.
Un día, Ferragut, por un retorno del antiguo cariño, por un deseo de iluminar con un pálido rayo de sol la vida crepuscular de Cinta, osó acariciarla como en la primera época de su matrimonio. Ella se irguió ofendida y pudorosa, lo mismo que si acabase de recibir un insulto. Se escapó de sus brazos con igual energía que si repeliese una violación.
Se veía cogido por una mujer justamente ofendida y enamorada, y no sabía cómo escapar de sus manos. Apeló, pues, á la fascinación del amor. Pero la condesa estaba ya escarmentada; no le creía, y el asunto iba haciéndose negro para Quevedo. Todo su ingenio se estrellaba contra el recelo de la condesa.
Palabra del Dia
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