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Actualizado: 17 de junio de 2025


El interrogado que por otra parte, parecía estar deseando que se le hiciera semejante pregunta, llevó la diestra al bolsillo interior de su levita; después á uno de los del chaleco; ocultó entre sus dedos una moneda, y sonriendo con expresión de triunfo, exclamó, alzando progresivamente la voz: Aquí está la carta ... y aquí esto...; ¿lo ven bien?

¿Por qué no se sienta usted? preguntóle doña Paula interrumpiendo su discurso. Estoy bien, señora; siga usted. Con aquella interrupción se turbó. No supo proseguir en algunos segundos. Al cabo murmuró: ¡Es una desgracia!... No sabe usted, señor Duque, lo que está pasando por en este momento. ¡Quisiera morirme! Y las lágrimas acudieron a sus ojos. Sacó el pañuelo, y ocultó el rostro con él.

El duque lo notó, receló, pero sin embargo disimuló y ocultó profundamente su recelo. ¿Qué os sucede? le dijo ¿no estáis satisfecho de las ventajas que acabamos de alcanzar?

Pero esta alma tan extremadamente débil y sensible no podía hacer ni lo uno ni lo otro, sino vacilar contínuamente entre los dos extremos, enredándose cada vez más en los lazos inextricables de la agonía de un inútil arrepentimiento y de un oculto delito.

Las camas se hundían en pavorosos subterráneos, los armarios eran puertas disimuladas, todo rincón tenía oculto á un asesino. Había que castigar á esta nación traidora que preparaba su suelo como un escenario de melodrama. Los funcionarios municipales, los curas, los maestros de escuela, dirigían y amparaban á los franco-tiradores.

Contó en voz alta más de cuarenta vagones, sin poder llegar al término del convoy, oculto aún por una revuelta. Debe ser un batallón... todo un batallón en pie de guerra. Más de mil soldados dijo con autoridad, satisfecho de mostrar su buen ojo profesional ante los compañeros de mesa, que no le oían.

El señor Sôme, con las lágrimas en los ojos, se acercó diciendo: ¡Aquí estoy, hijos míos! ¡Tened un poco de paciencia!... ¡Soy yo! ¡Ya me conocéis! Mas apenas hubo llegado el panadero cerca del primer carro, el corpulento carabinero de las mejillas verdosas se reanimó y, metiendo el brazo hasta el codo en el puchero hirviendo, cogió la carne y la ocultó bajo la guerrera.

Ahora el catolicismo ya no era más que una palabra: la verdadera religión era el jesuitismo. El Papa que bendice seguía en el Vaticano; pero el Papa que decreta y disciplina las conciencias, era el General, oculto en el Jesu de Roma. Esto á en nada me interesa acabó diciendo Aresti. Yo vivo fuera del gremio, y lo mismo me importa que lo dirija este que el otro.

Pasaba tres o cuatro horas y a veces más cerca de ella en aquel rincón, donde únicamente les turbaba de vez en cuando la visita de algún paisano que traía a moler su fuelle de maíz. El molino estaba adosado a la peña, medio oculto entre el follaje. Tan sólo se vislumbraba el color rojo del techo.

Los dos hermanos quedaron en la habitación que servía de despacho, viendo a la pareja que paseaba por el jardín y acabó sentándose en dos sillones de junco a la sombra de un árbol. Catalina contestaba a las preguntas de su acompañante con una timidez de doncella cristiana santamente educada, adivinando el propósito oculto bajo sus palabras de vulgar galantería.

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