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Actualizado: 17 de junio de 2025
Déjame, déjame meter la cabeza dentro, déjame bañarme en este río de oro. Y ocultó, al decir esto, su rostro en la cabellera blonda de la niña. Mas sucedió que, pocos momentos antes, como sonasen en el reloj las siete de la tarde, las costureras y bordadoras dejaron su obra, y se dispusieron a retirarse.
Al cuarto de hora vio al muchacho que venía aproximándose disimuladamente a la verja, dando puntapiés a un bote de hoja de lata que encontró allí cerca: entonces ella se ocultó tras uno de los pilares de mampostería que había en los ángulos del invernáculo y, cuando el chico se acercó a meter la mano por entre los barrotes de la verja, salió de su escondite, diciendo: Oye, Pateta.
Pronto distinguió, sin embargo, el brillo de una luz lejana que se iba acercando gradualmente, y que le permitía reconocer allá un objeto, más acá otro, tales como la puerta arqueada de una casa, con aldabón de hierro, una bomba de agua, etc., que fijaban su atención, á pesar de que estaba firmemente convencido de que á medida que se aproximaba aquella luz, que pronto daría de lleno en su rostro, se iba también acercando el momento en que su suerte quedaría decidida y revelado el funesto secreto oculto por tanto tiempo.
Luego, con la frase entrecortada por el llanto: Ya no eres, no, el hijo aquel de mis entrañas que caminaba tan radioso por el camino de la humildad y la penitencia, y que ofreció desde niño su vida al Señor, ¡aquel mi Ramiro!... ¡aquel mi mancebillo santo! Con estas palabras ocultó de nuevo el rostro entre las manos, sin levantarse.
El Marqués es encerrado en la cárcel y condenado á muerte; pero apenas lo sabe Fernando, oculto hasta entonces, se presenta y confiesa que él es el matador; Don Diego acorre también para declarar que es el causante de la deshonra de Doña Ana; y por último, Don Pedro, conocedor ya de los motivos que impulsaron al Marqués á obrar como lo hizo, se empeña en entrar en la cárcel en lugar del inocente acusado.
Concluida esta diligencia se marchó con grande órden y silencio, hasta que llegamos á donde estaba el resto de la partida que dió el aviso, y un indio de los del cacique Lincon avisó al Comandante haberlos bombeado, y á un mismo tiempo le avisaron del potrero en donde tenian dichos enemigos la yeguada: con cuya noticia dió órden de dejar las caballadas en una quebrada que hacia dos sierras, y al cuidado de ella 16 hombres, mandando á aquellas mismas horas una partida de 40 indios con 10 soldados de armas de fuego, con la órden que esperasen el dia en el parage que les pareciese mas oculto é inmediato á la puerta de dicho potrero, para que luego que amaneciese sorprendiesen á aquellos indios que se consideraban estar en la puerta de dicho potrero, como custodia, para que no saliesen de él dichas yeguas.
5 Así que, no juzguéis nada antes de tiempo, hasta que venga el Señor, el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones; y entonces cada uno tendrá de Dios la alabanza. 7 Porque ¿quién te hace juzgar? ¿O qué tienes que no hayas recibido?
No tiene más que un pensamiento. Todo lo demás queda aniquilado... Yo le he engañado a usted, padre. Yo no quiero ni puedo ser esposa de Jesucristo, porque sería infiel a mis juramentos. Tengo dentro del alma, allá en el rincón más oculto y sagrado, un amor al cual seré fiel toda la vida. Este amor es mi delicia y es mi tormento.
Todo aquel dolor culpable, oculto á las miradas del mundo y del que éste se habría compadecido y le habría perdonado, debía revelársele á él, el Implacable, á él, que no perdonaría jamás. ¡Todo aquel tenebroso secreto tenía que mostrarse precisamente al hombre á quien ninguna otra cosa podría colmar, como esta y de una manera tan completa, el deseo de venganza!
Delante de nosotros, al dar vuelta una curva del camino, vi elevarse en alto sobre la ladera de una colina, medio oculto por los verdes y grises árboles, un enorme y blanco monasterio antiguo. Era el Convento de los Capuchinos, su hogar, me dijo fray Antonio.
Palabra del Dia
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