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Actualizado: 18 de mayo de 2025


No digo yo por diez millones; pero por diez mil ochavos venderían ustedes al Rey, y toda su descendencia; ladrones infames, tíos de Judas». En fin, que si no acierta a pasar el coronel Goiri, que me quería mucho, y me coge a la fuerza y me arranca de allí y me lleva a mi casa, aquella tarde sale el redaño de un cura a ver la puesta del sol.

El caido se levanta luego, gana una victoria en los campos de Italia, suena el cañon que anuncia el triunfo de Solferino, y el francés que hace poco vendió á la Francia por tres ochavos, se vuelve ahora y la ofrece un talego lleno de oro. No se lo da á la Francia, sino á su juego, á su albur, á su egoismo.

En montón comprendía Emma que todo aquello significaba que la robaba el tío.... Y aquí estaba lo que ella entendía por lujo refinado.... No la importaba; y le dejaba hacer, le dejaba robar, prefiriendo no calentarse los cascos, calculando lo caro que le salía este placer de no meterse a pedir cuentas ni a reñir por cuestión de ochavos, ella que improvisaba una verrina a grito pelado sobre motivos de un caldo demasiado caliente.

Lo cierto es que el rapaz abrió la mano, separando mucho los dedos, y los ochavos apresados cayeron entre los restantes, con metálico retintín. No por eso hay que figurarse que Perucho renunciaba a sus dos cuartos, los ganados honradamente con la agilidad de sus piernas. ¡Renunciar! ¡A buena parte!

Muchos son los que trabajan, y sólo de pocos reciben su paga: la primera desdicha del actor. No sería lo peor que hubiese veinte personas que pagasen con cuatro ochavos, si no diesen motivo para que otros muchos los imiten. Porque uno solo no pague, hay otros que tampoco quieren pagar: todos pretenden gozar de este privilegio para que no se crea que son indignos de él.

¿Y por qué no? exclamó la hijastra enfurecida . Cuando un padre, sin motivo alguno, sólo por unos miserables ochavos injuria a su hija y martiriza a su mujer, no tiene derecho a que se le quiera ni a que se le respete.... Lo diré con todas sus letras.... ¡Eso es una infamia!... Papá es un hombre que no tiene más Dios ni más amor que el dinero. ¡Oh! ; lo sabía muy bien.

D. Luis, como si el mismo diablo lo hubiera dispuesto, se encontró cara a cara con el conde, que decía de este modo: No es mala pécora la tal Pepita Jiménez. Con más fantasía y más humos que la infanta Micomicona, quiere hacernos olvidar que nació y vivió en la miseria, hasta que se casó con aquel pelele, con aquel vejestorio, con aquel maldito usurero, y le cogió los ochavos.

Cuando, por haber entrado la enfermedad en el período de descamación era más fácil el contagio, Pepe, que no lo ignoraba, redobló sus cuidados y, durante la convalecencia, se estuvo constantemente haciendo compañía a la muchacha, satisfaciendo sus caprichos y tolerando sus impertinencias, hasta que, dada ya de alta, tornó a su puesto de antes y siguió vendiendo cohombros a los chicos y ensartando buñuelos toda la mañana en los juncos, lo cual, con el manejo de los ochavos, acababa por dejarle los dedos sucios y pringosos: luego, de cuatro brincos, se plantaba a ver a la chica.

Y sin embargo, de los tales sucesos y personas, que aparecen vulgarísimos al empezar la narración, brota y se desenvuelve luego la encantadora poesía. Don Antonio, el principal personaje, el dueño de los cuatro ochavos, se nos muestra al principio tímido, engreído con sus riquezas, egoísta y hasta pervertido y vicioso, no arrastrado por pasiones violentas, sino por debilidad de carácter.

En las minas, y en las fábricas que las rodean, hay trabajo para los niños en cuanto pueden sostener en la cabeza un cesto con un poco de tierra. Los ochavos que ganan así los hijos de los pobres son en Matalerejo la semilla de la avaricia arrojada en aquellos corazones tiernos: semilla de metal que se incrusta en las entrañas y jamás se arranca de allí.

Palabra del Dia

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