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Engalanados todos, según su clase y facultades, como en días de fiesta; nuestro adolescente, ardiendo en amor, suplica á sus padres que le preparen el tálamo nupcial, y logra al cabo los tan deseados lazos. V. la notable descripción, que acerca de la civilización de este período, se halla en el Elogio de la reina Isabel, de D. Diego Clemencín.

Además dijo doña Juana acercándose á la joven, tomándola una mano, y poniendo en uno de sus dedos una sortija , quiero que tengas esto mío. ¡Ah! ¿una sortija? Mi anillo nupcial. ¿Y este blasón? El blasón de los Velasco, condes de Haro. ¿Pero por este blasón?...

En la obra manuscrita del maestro Espés se dice que en la era de 1156 que corresponde al año 1118 el postrero de julio confirmó el obispo D. Pedro Librana la donacion que el rey D. Alonso hizo de la JAFERÍA á Berengario Abad Crasense y sus monges, y les dió licencia de edificar allí iglesia en honra de Dios, y de Santa Maria, y de San Martin y de San Nicolas, y de que pudiesen tener pila de bautizar, cimenterio, y dar misa nupcial con los demas derechos parroquiales, y por valerme de las palabras del instrumento, omnem christianitatem, sicut parochialibus ecclesiis in episcopatu mos est.

Luego, después de la bendición nupcial, que atrajo mucha gente a la iglesia, nos retiramos. Todos mis hijos venían junto a ; Cecilia y Alfonso habían llegado hacía poco; mi pequeñita Alicia estaba también; el tiempo era precioso: nos acompañaba toda la oficialidad con su música tocando alegres aires.

Juguete de su ensueño, ella ceñía cada mañana a su frente pálida la corona de desposada y suspendía de su cabeza el velo nupcial. Con una dulce sonrisa disponíase luego a recibir al prometido ilusorio, hasta que las sombras de la tarde, tras el vano esperar, traían la decepción a su alma. Entonces tomaba un melancólico tinte su locura.

Por las ventanas entreabiertas penetraba el vaho cálido y soñoliento de la solanera, algún lejano repique de las campanas de la Concepción Nueva, y el arrullo de las tórtolas que se enamoran en las barandas. El monótono susurro de las moscas se balanceaba sobre el viejo tul, antiguo velo nupcial de la señora de Marques, que cubría ahora, en el aparador, los platos de cerezas.

Y después, por una de esas volubilidades de la fantasía, me imaginé que era el amanecer; que el altar estaba adornado con rosas blancas; que resplandecía iluminado con centenares de luces; y que una joven, en traje de boda, oraba en un reclinatorio; una joven elegantísima, no si Angelina o Gabriela, cubierta graciosamente con el velo nupcial.

Después de echarles la bendición se había inclinado sobre ella cuchicheándole maliciosamente al oído: "Con este no te casas por casarte". El carruaje paró. Descendieron. Instantáneamente se vio con él en la sala nupcial. Había un gran lecho, muy ancho y muy bajo; brillaba indecisamente el moaré de los almohadones.

En esa tarjeta se hallaban juntos nuestros nombres, como en un parte nupcial; ¡estaba escrito! Tampoco entonces pensó con precisión que un día hubiéramos podido unirnos como estamos ahora; pero noté, , que nuestros nombres estaban en el mismo trozo de cartulina, que él era quien los había juntado, que me había llamado Su Gracia, y sentí que el corazón me latía con fuerza, con mucha fuerza...

Los copos de yerba crujientes y delicados, que rodeaban el nido abierto por sus cuerpos, fueron los cortinajes de su lecho nupcial. La luna, inmóvil en el espacio, que se veía por la ventana, su lámpara veladora. El sol había sucedido a la luna en el firmamento cuando los fugitivos despertaron. La luz entraba a torrentes por la ventana del pajar.