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A las dos de la mañana Kassim pudo dar por terminada su tarea; el brillante resplandecía, firme y varonil en su engarce. Con paso silencioso fué al dormitorio y encendió la veladora. María dormía de espaldas, en la blancura helada de su camisón y de la sábana. Fué al taller y volvió de nuevo.

Los copos de yerba crujientes y delicados, que rodeaban el nido abierto por sus cuerpos, fueron los cortinajes de su lecho nupcial. La luna, inmóvil en el espacio, que se veía por la ventana, su lámpara veladora. El sol había sucedido a la luna en el firmamento cuando los fugitivos despertaron. La luz entraba a torrentes por la ventana del pajar.

Había cerrado la noche. Venturita encendió la lámpara veladora, y después se fué. Pablo, viendo a su madre mejor, y no teniendo ya ocasión de ejercer sus derechos señoriales en los pasillos de la casa, fué a dar una vuelta por el café. Quedaron madre e hija en la alcoba; la primera en la cama, tranquila ya; la segunda, sentada cerca de ella.

Por entre los pliegues de la cortina se veía un gran lecho matrimonial de palo santo, y cerca de él otro pequeñito de niño: la estancia, esclarecida débilmente por una lámpara veladora de bomba esmerilada que pendía del techo. Calla dijo la generala suspendiendo el aliento e inclinando la cabeza hacia la alcoba, creo que despierta mi Chuchú.