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Actualizado: 14 de junio de 2025
Los últimos rayos del sol poniente franjaban de oro y de púrpura estos enormes turbantes formados por la niebla, parecían incendiar las nubes agrupadas en el horizonte, rielaban débiles en las aguas tranquilas del remoto lago, temblaban al retirarse de las llanuras invadidas ya por la sombra, y desaparecían después de iluminar con su última caricia la obscura cresta de aquella oleada de pórfido.
El tiempo refresca; papá Wittmann, ha hecho usted bien encendiendo la estufa, ¡Una copita de coñac para disipar la niebla! ¡Ején, ején!
¿Ya? exclamó Cornelio ; pero ¿dónde está la costa de Australia? Veo allí, a nuestra izquierda, una especie de niebla dijo Van-Stael : debe de ser la tierra de Carpentaria. ¿Y esas montañas que tenemos ahí delante? Pertenecen a la Nueva Guinea. ¿Tiene montes altos esa gran isla? Altísimos, Cornelio, y cubiertos de nieve la mayor parte del año.
Es inútil que pretendas lucirte, porque el ruido de las campanas que echamos a vuelo me obscurece la vista como una niebla... ¡no olvides que estamos en el cementerio, y que hemos venido a ver a Tucker! ¿Y cómo dudar que nos hallábamos en el cementerio?... Y debía de ser un día de difuntos, porque el cementerio estaba lleno de gente y de flores.
De pronto, su atención se concentraba para recordar. Algo le había ocurrido; algo le esperaba. «¡Ah, sí!» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella tarde é imaginarse lo del día siguiente, volvía á su lectura sin sentido. Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos de niebla; sintió su mano más ligera: el libro acababa de caer sobre la cama.
El alguacil mayor i el conde de Niebla intentaron vanamente sosegar el tumulto con las mejores razones que les venian al pensamiento, en tanto que la plebe, mas soberbia con los ruegos apedreó á los que llevaban á los castigados, los sacó de sus manos, i los metió en la Catedral.
Este animal oceánico de férreo caparazón tenía un alma que se escapaba normalmente por aquella torre con una respiración acompasada, o mugía con la furia del instinto en las noches de peligro ante el escollo cercano o la densa niebla. Sus compartimientos interiores parecían sensibles a la influencia del ambiente, como las mucosas de un organismo animal.
De un sueño de amor deshecho por la fea y severa verdad, pasaba nuestro ingenio a otro sueño de amor, que cual los anteriores, se desvanecía como el humo, como la niebla, como esas figuras que fingen las nubes y deshace el viento, como esas sombras que miente la noche y desvanece la luz del día.
Amparo empezó a tomar lentamente un aspecto fantástico; a abrillantarse su mirada, a resplandecer; su figura se aisló en medio de una niebla vaga, azulada: desapareció a mi vista todo lo que la rodeaba, y quedó ella sola, inmóvil siempre, pero como suspendida en medio de un espacio indefinible, en que ni había luz ni sombra.
Había oído claramente la voz de su esposa que le llamaba desde adentro. Pasada la alucinación, siguió bajando, abrió la puerta exterior con la llave que colgaba del pasador, y salió a la calle. Aun no había amanecido; pero en el Oriente parecía una tenue claridad precursora del día. La mañana estaba fresca. Caía del cielo un agua menudísima de niebla marina. Sin vacilar se dirigió al muelle.
Palabra del Dia
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