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Recuerda que en su niñez ha viajado mucho, y, por lo tanto, conoce las rutas. La debemos encontrar, Reginaldo declaré decisivamente. Pero lo peor es que ha resuelto dar este paso por escapar de ti me contestó. Parece que tiene alguna razón poderosa para proceder así. Razón que sólo ella conoce observé con melancolía.

Se veía con la imaginación vistiendo el trajecito escocés de su niñez, cuando su madre, con tocas de viuda, le llevaba a la Glorieta a que jugase con las niñas, pues su timidez y debilidad no le permitían alternar con los revoltosos muchachos. ¡Cuan hermosa estaba con sus negras tocas!

En la gran ciudad colocaba él maravillas que halagaban el sentido y llenaban la soledad de su espíritu inquieto. Desde aquella infancia ignorante y visionaria al momento en que se contemplaba el predicador no había intervalo; se veía niño y se veía Magistral: lo presente era la realidad del sueño de la niñez y de esto gozaba.

Siempre he tenido una naturaleza muy enclenque, y he padecido casi constantemente... unas veces de uno y otras veces de otro... generalmente del estómago. ¿Malas digestiones? , señor; siempre han sido muy difíciles. ¿Con dolores? No los he tenido hasta hace poco. Durante la niñez he padecido mucho.

Pues aquí donde me ves, tan coqueta, tan amiga de haceros rabiar, porque todos sois iguales, y no merece más ni menos uno que otro, tan orgullosa de haber arruinado a unos y puesto en ridículo a otros, yo, aunque no lo creas, tengo en mi vida un rasgo bueno, y tendría muchos si no hubiese sido en mi niñez tan desgraciada.

Pero Luis contenía sus impulsos, y los ocultaba bajo una alegre confianza, recuerdo de la fraternidad infantil. Cuando instintivamente se permitía algún atrevimiento que molestaba a la moza, hacía memoria de los tiempos de la niñez. ¿No eran como hermanos? ¿No se habían criado juntos?... En él no debía ver al señorito, al amo de su novio.

Una lágrima asomó a sus ojos, que eran garzos, y corrió hasta mojar la sábana. Se acordó de que no había conocido a su madre. Tal vez de esta desgracia nacían sus mayores pecados. «Ni madre ni hijos». Esta costumbre de acariciar la sábana con la mejilla la había conservado desde la niñez. Una mujer seca, delgada, fría, ceremoniosa, la obligaba a acostarse todas las noches antes de tener sueño.

Sin embargo, temo que esté retratando una parte y no la mejor del carácter de De-Hinchú. Según me refirió, había sido la suya una vida muy dura y accidentada. No conoció la niñez ni tenía noticia de sus padres.

Recuerdo yo, no haber leído, sino haber oído contar, en el aula del Seminario donde estudié Filosofía, sin averiguar más tarde en qué autoridad, documentos o testimonios se apoyaba la historia, que el doctísimo Cornelio a Lápide fue en su niñez una criatura casi tonta o insignificante por lo menos, pero que paseando un día por los alrededores de su lugar, tuvo la desgracia o la fortuna de encontrarse en medio de dos partidas o bandos de muchachos, que estaban apedreándose, y de recibir en la cabeza una tremenda pedrada.

El padre indignado, mientras vivió, de la ingratitud del hijo, no quería oír su nombre; pero el ciego le guardaba todavía mucho cariño; no podía menos de recordar que aquel hermano, mayor que él, había sido su sostén en la niñez, el defensor de su debilidad contra los ataques de los demás chicos, y que siempre le hablaba con dulzura.