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Bolívar, cuyo ánimo acostumbrado desde la niñez á los grandes reveses y cuyo amor por la patria no se abatian en ninguna circunstancia, dominado en la que tan cruelmente pesaba sobre el pueblo venezolano por la idea de salvarle y de sacudir un dia el pesado yugo que venia á esclavizarle de nuevo, trató de conservarse, y merced á la buena amistad del español Don Francisco Iturbe, que gozaba de gran favor cerca de Monteverde, obtuvo un salvoconducto y se embarcó en seguida para Curazao.

Yo no había asistido a una misa desde mi juventud, y había perdido con la costumbre de mi niñez la unción que inspiran los sentimientos de la infancia, el ejemplo de piedad de los padres y la fe sencilla de los primeros años. Así es que había desdeñado después asistir a estas funciones, profesando ya otras ideas y no hallando en mi alma la disposición que me hacía amarlas en otro tiempo.

Ha visto que aquel amor y aquella piedad del pasado se parecían al afecto de una nodriza, que incapaz de vivir en otra parte, deseara siempre la eterna niñez, la eterna debilidad del niño, para ir percibiendo su sueldo y alimentarse á su costa; ha visto que no sólo no le nutre para que crezca, sino que le emponzoña para frustrar su crecimiento, y que á su más leve protesta ¡ella se convierte en furia!

No tiene más educación que la que ella misma se ha dado, como planta que se fecunda con sus propias hojas secas. Nada debe a los demás. Durante su niñez no ha oído ni una lección, ni un amoroso consejo, ni una santa homilía. Se guía por ejemplos que aplica a su antojo. Su criterio es suyo, propiamente suyo.

Púsose a hablarla de mismo, de ellos mismos, recordando los días de la niñez. A una pregunta de la doncella, confiola rápidamente el compromiso que había contraído con su madre de partir en breve para Salamanca, a fin de completar sus estudios.

Pero entonces, allí, en presencia de un cuadro que me recordaba toda mi niñez, viendo en el altar a un sacerdote digno y virtuoso, aspirando el perfume de una religión pura y buena, juzgué digno aquel lugar de la Divinidad; el recuerdo de la infancia volvió a mi memoria con su dulcísimo prestigio, y con su cortejo de sentimientos inocentes; mi espíritu desplegó sus alas en las regiones místicas de la oración, y oré, como cuando era niño.

No sabía más sino que aquellos malditos carcas eran unos indecentes que nos querían traer la Inquisición y las caenas. Había respirado aquella señora aires tan progresistas durante su niñez y en los gloriosos veinte años de su unión con Jáuregui, que no quería ni oír hablar de absolutismo.

Recuerdo bien nuestras famosas batallas, aunque siempre las veía de lejos. ¡Lo que sentí muchas veces no haber aprendido á montar á caballo desde mi niñez, no ser hombre de campo, para improvisarme general lo mismo que los otros!... ¡Quién sabe si lo habría hecho mejor!... Las tales batallas podían ser tituladas así porque tomaban parte en ellas veinte mil ó treinta mil hombres.

Dirigió la mente a ciertas ideas confusas de su tierna niñez; pero aquellas ideas estaban tan borradas, tan lejanas, que poco o ningún alivio encontró en ellas. De Dios no quedaba en él más que un nombre. Era como un rótulo escrito sobre un arca vacía, de la cual, pieza por pieza, han ido sacando los ricos tesoros.

Te niña: tus labios sonreian con infantil placer, tu blanca frente, inmaculada y pura, sonreia tambien; en tus ojos brillaba la inocencia santa de la niñez, y te seguí tenaz con la mirada, tu mirada busqué, porque el rostro de un ángel de los cielos en creia ver.