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Una o dos veces me encontré sola con él, y entonces todo su valor y su resolución le faltaban; su emoción era tan grande, que apenas podía hablar; y yo, más conmovida que él, procuraba llevar la conversación a la época de nuestra niñez, a los tiempos de nuestra juventud; pero, a pesar mío, e impulsada por una secreta curiosidad, concluía siempre por llegar al día de nuestra separación.

De su temprana afición á las musas habla en el Viaje al Parnaso, cap. 4.º, cuando indica que desde sus más tiernos años le agradó el arte suave de la bella poesía. También cuenta que en su niñez vió representar á Lope de Rueda, lo cual debió suceder en Segovia en el año de 1558, ó acaso más tarde en Madrid ó en alguna otra ciudad inmediata.

Como que me había pasado en la tienda y en el almacén toda la niñez y lo mejor de mi juventud. Mi padre era una fiera; no me perdonaba nada. Así me crié, así salí yo, con unas ideas de rectitud y unos hábitos de trabajo, que ya ya... Por eso bendigo hoy los coscorrones que fueron mis verdaderos maestros. Pero en lo referente a sociedad, yo era un salvaje.

Y acudía a la memoria de la gente sencilla el recuerdo de los prodigios, aprendidos en la niñez sobre las faldas de la madre; las veces que en otros siglos había bastado asomar a San Bernardo a un callejón de la orilla, para que inmediatamente el río se fuera hacia abajo, desapareciendo como el agua de un cántaro que se rompe. El alcalde, fiel a la dinastía de los Brull, estaba perplejo.

Mi niñez fue triste y árida como esos arenales africanos que desde a bordo contemplan por largas horas los viajeros al aproximarse a las costas del Senegal.

El efecto que otro nos produce ¿porqué no podríamos producírnoslo nosotros mismos, si no con igualdad, al ménos con aproximacion? Perpetua niñez del hombre. Poco basta para extraviar al hombre: pero tampoco se necesita mucho para corregirle algunos defectos.

, don Andrés dijo Rafael; recuerdo perfectamente al doctor Moreno. El miedo que le había inspirado en la niñez, y las diabólicas melodías que por la noche llegaban hasta su camita, estaban aún frescos en su memoria. Pues bien continuó el viejo; esa señora es la hija del doctor. ¡Qué hombre aquel! ¡Cómo nos hacía rabiar a tu padre y a en el 73!

Unos, como el Vara de plata, lo achacaban a la impiedad del tiempo; otros, como el músico, hacían responsable a la misma Religión, aunque no osaban decirlo en alta voz. El respeto a la Iglesia y sus altos poderes, aprendido desde la niñez, imponía silencio a la población de la catedral.

Doña Beatriz e Inesita, huérfanas de padre y madre desde la niñez, habían estado bajo la tutela y criadas en casa del cura del pueblo. No eran enteramente pobres. Tenían algunas finquillas, que venían a producir, bien administradas, unos 4.000 reales de renta para cada una.

Se respiraba a plenos pulmones, se comía a dos carrillos, sin sustos ni encogimiento; se salía cuando se deseaba, se entraba cuando se quería; y todos tres, esclavos de un viejo maníaco que había entristecido su niñez y sofocado su juventud, manteniendo el alma de sus hijos sujeta, por así decirlo, bajo su férrea mano, como pájaro a quien encierran en jaula demasiado estrecha, se creían felices, porque se veían libres.