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Actualizado: 29 de junio de 2025


¡Hombre, si viera usted lo que se ha reído el padre Talavera cuando le conté lo del bailoteo de esta tarde! me dijo D. Nemesio al entrar en casa. Quedé clavado al suelo. ¿Pero ha ido usted a contar al padre Talavera?... preguntele con acento alterado. Le encontré sentado delante de su fonda con otros clérigos y echamos un párrafo. Es una persona muy campechana y muy corriente.

Seria y solícita, la novia atendía y servía a todo el mundo; dos o tres veces su pulso desasentado le hizo verter el Pajarete que escanciaba al buen don Nemesio, colocado en sitio preferente, a su derecha. El novio entretanto conversaba con los hombres, y, al alzarse de la mesa, repartió excelentes cigarros de que tenía rellena la petaca.

Pues ya está usted arrancándose, hermanita dijo el malagueño presentándole al mismo tiempo la guitarra. ¡Quite usted allá, hombre de Dios! respondió la monja riendo y rechazándola. ¿Quiere que yo la acompañe entonces? Vamos, hermana, déjese usted oír dijimos casi al mismo tiempo D. Nemesio, el sabio fondista y yo.

Verdad es que el señor don Nemesio Angulo, eclesiástico en extremo cortesano y afable, antiguo amigo y tertuliano de don Manuel y autor de la dicha de los cónyuges, a quienes acababa de bendecir, intentó soltar dos o tres cosillas festivas, en tono decentemente jovial, para animar un poco la asamblea; pero sus esfuerzos se estrellaron contra la seriedad de los concurrentes.

Se la hemos dejado, con los demás bártulos, al jefe de la estación de Jabalquinto se apresuró a concluir D. Nemesio, clavando sus ojos saltones y suplicantes en el catalán. ¡Pues es verdad, voto a Dios! exclamó éste levantando los suyos a la rejilla. Dispénsenos usted por favor... Ya comprenderá usted que nuestra intención...

Grande fue la tristeza y desconsuelo que sentí al tener noticia de la marcha precipitada, o más bien fuga, de las monjas. Bien imaginé que debió de ser causada por la indiscreción y necedad de D. Nemesio, a quien dediqué desde entonces en mi pecho tanto odio por lo menos como debía de profesarle el juez catalán que con nosotros había viajado.

Porque D. Nemesio, que me acompañaba bastante, a fuerza de atenciones se me había hecho antipático, abrumador. No podía asomar la cabeza fuera de mi cuarto sin que me invitase a una partidita de billar o de tresillo, o a ir de paseo o a beber una botella de cerveza. Y su conversación interminable, prosaica, me aburría tan extremadamente, que ya le huía como al sol del mediodía.

Nosotros pensamos dijo D. Nemesio que usted había perdido el tren en Baeza. Que se había usted quedado en el retrete añadí yo. Y comprendiendo que su situación debía ser muy fastidiosa siguió D. Nemesio. Y que le vendría muy bien que su maleta no fuese a dar a Sevilla dije yo.

Puig se había puesto de un humor excelente con aquel encuentro. Nosotros, cada vez más confusos, le mirábamos con tan extraña fijeza y ansiedad, que por milagro no se fijaba en nuestra rarísima actitud. Abrió la portezuela al fin, y se acomodó alegremente a nuestro lado, mientras a me corrían escalofríos por el cuerpo, y D. Nemesio sudaba de angustia.

Mientras tanto yo envidiaba al catalán que, enteramente cubierto por la manta, no rebullía. Pero como no es posible la felicidad en este mundo, cuando yo estaba pensando en ella, apareció el revisor y le despertó exigiéndole el billete. Se levantó de muy mal humor, por no variar. Llegamos a la estación de Baeza, donde el catalán se bajó del coche. Don Nemesio y yo permanecimos en él.

Palabra del Dia

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