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Actualizado: 12 de julio de 2025


Contaba con la fuerza del pagaré y con la palabra de la marquesa. Esta la tranquilizó el día 22, diciéndole: «Todo está arreglado. Puede usted descuidar». Pero entre tanto, Rosalía pasaba la pena negra, temiendo a cada instante una catástrofe y discurriendo toda clase de industrias y maquinaciones para evitarla.

Al otro día, muy temprano, se largaron a Robacío la hermana y el cuñado de Neluco; y pocas horas después, ¡ay! me abandonó también toda la familia del gigantón de la Castañalera. ¡Y aquélla fue la más negra para !

En ninguna parte pudiérais sentir menos la espera. ¡Ah! las diez... conque hasta las doce. Quede con vosotros Dios. Y Quevedo salió. Toda esta escena, á pesar de que había sido un poco picante, había pasado delante de la negra y del lacayuelo. Servidnos los postres y marcháos á almorzar dijo Dorotea apenas salió Quevedo. Montiño y la comedianta quedaron al fin solos.

Como si las palabras de Roussel hubiesen tenido el poder de evocar á la que todos temían ver aparecer, una campanada resonó en la puerta, la verja del jardín se abrió y en la vaga obscuridad del crepúsculo, avanzó una sombra negra, silenciosa, amenazadora. Siguió la calle de árboles, llegó á la escalinata, la subió lentamente y desapareció en el vestíbulo.

Le vio casi tendido en la negra barca, y el choque del agua contra el mármol de los palacios resonó en su imaginación como las trompas plañideras y espeluznantes del entierro de Sigfrido, y le pareció contemplar al héroe de la Poesía marchando al Walhalla de la inmortalidad y la gloria, sobre un escudo de ébano, inerte como el joven héroe de la leyenda germánica: seguido por el lamento de la humanidad, pobre prisionera de la vida que busca ansiosa un agujero, un resquicio por donde penetre el rayo de belleza que alegra y conforta.

Pero después de haber asegurado su amor, de haber saciado su sed delante del sol de su felicidad, de aquella felicidad suprema, que el día anterior no se había atrevido á soñar, cruzaba una nubecilla negra. Aquella nube era Dorotea. Don Juan no la podía apartar de su memoria. Sentía hacia ella ó creía sentir un impulso de ardiente caridad.

Se le habían conocido queridas de extraños y remotos países, entre ellas una circasiana y una negra. Era en realidad esta pasión la compuerta por donde se escapaba como un río su dinero. Pero era al mismo tiempo el único que no le dolía gastar.

Cuando la mujer da en torcerse, como la tuya, mucho palo; si con él no sale á flote, ó échala á pique de una vez, ó cuélgate de una gabia. ¡Si le digo á usté, hombre de Dios, que la he solfeao too el cuerpo á leña; que le he puesto la cara á morrás más negra que la tinta de un magano!...

Habían servido para componer papeles clandestinos, y conservaban el aspecto de la negra insidia, que trama sus actos en la sombra.

¡Murióse aquella santa, que si ella no se muriese no recibiera yo este trato! ¡Bruja! Nadie en el mundo me dijo ese texto, que vengo de muy buenos padres, y no habrá cristiano que me haya visto escupir en la puerta de la iglesia, ni hacer los cuernos en la misa mayor. ¡Ay, muerte negra, que te llevas a los mejores y dejas a los más ruines!

Palabra del Dia

godella

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