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Actualizado: 12 de noviembre de 2025
La curiosidad y el deseo de dar el último adiós a su amiga empujaron a Fortunata hacia la escalera... Alcanzó a ver las cintas amarillas sobre la tela negra, en la revuelta de la escalera; pero fue un segundo no más.
María, sin responder una palabra, se dejó conducir por la condesa a un sillón colocado entre el piano y el sofá. Rita, para estar más cerca de ella, había dejado su puesto ordinario y colocádose junto a Eloísa. ¡Jesús! dijo al ver a María , si es más negra que una morcilla extremeña. No parece añadió Eloísa sino que la ha vestido el mismísimo enemigo.
No había hombre más dulce, más inofensivo en su trato. Jamás se le oyó hablar mal de nadie. Los que ven siempre la parte negra de las cosas de este mundo y el lado flaco de los caracteres, que van siendo cada vez más, por desgracia, sostenían que si no murmuraba era porque no sabía, que era tan bueno porque no podía ser otra cosa. ¡Como si no hubiera necios perversos!
Al borde llegaba todas las noches, y solía ser una puerta desvencijada, sucia y negra en las sombras de algún callejón inmundo.
Los laureles crecían rectos hasta llegar a las barandillas del claustro alto; los cipreses agitaban sus copas como si quisieran escalar los tejados; las plantas trepadoras se enredaban en las verjas del claustro formando tupidas celosías de verdura, y la hiedra tapizaba el cenador central, rematado por una montera de negra pizarra con cruz de hierro enmohecido.
En los que escuchado le habían sobrevino nueva lástima de ver que hombre que, al parecer, tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su negra y pizmienta caballería.
Mandáronle una magnífica carroza, y el padre Aliaga lo agradeció mucho, y dijo que le bastaba con su silla de manos de baqueta negra. Pusiéronle por delante el decoro inquisitorial, y contestó que cuando con la Inquisición fuese á alguna ceremonia, iría como al decoro de la Inquisición conviniera.
La azul claridad del alba, que apenas, lograba deslizarse entre los aleros de los tejados, se esparcía con mayor libertad en la plazuela del Ayuntamiento, sacando de la penumbra la vulgar fachada del palacio del arzobispo y las dos torres encaperuzadas de pizarra negra de la casa municipal, sombría construcción de la época de Carlos V.
Francisco Martínez Montiño no pudo ver nada de esto, porque tal iba cuando entró, ó cuando le entraron en el calabozo, que no veía: ni los que estaban allí pudieron verle el rostro, porque los alguaciles le dejaron en la sombra negra proyectada por el farol. Eran los que allí estaban dos hombres y dos mujeres.
Apenas se advertía la espesa red de su jarcia. Los cascos aparecían como una masa negra informe. Los recién llegados no vieron un grupo mucho mayor de gente que se apiñaba en la punta misma del malecón hasta que dieron sobre él. Todos guardaban silencio con los ojos puestos en el mar, esforzándose por advertir entre las tinieblas las maniobras del buque.
Palabra del Dia
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