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Actualizado: 4 de julio de 2025


Pues no tiene usted más que venirse a pasar unos días con nosotros y yo le haré matar una docena de ellos. ¡Poco gusto que le daría a mamá verles a ustedes por allá! ¿Pero, Nanín, no sabe usted que tengo un niño y que le estoy criando? exclamó ella riendo. ¿Y eso qué importa? Se lleva al niño y la servidumbre que ustedes necesiten.

La sonrisa que contraía el rostro de Tristán era tan extraña y su rostro se hallaba tan descompuesto, que el marquesito quedó paralizado. ¿Tendría usted la amabilidad de escucharme dos palabras? Con mucho gusto... ¿Pero no quiere usted pasar? No señor, gracias. ¿Es tan urgente el asunto? Lo es. Nanín quedó un instante suspenso. Bien, bien dijo al cabo . Será como usted guste.

Y volviendo repentinamente la cabeza se puso a gritar desesperadamente: ¡Tristán! ¡Clara! ¡Tristán! ¡Nanín! El buen Barragán quedó asustado de aquel susto y acercándose más exclamó con dulzura: ¡No tenga usted miedo, Elenita! ¡Si estoy aquí yo! Además, esto está muy bien guardado. ¡Clara! ¡Tristán! ¡Nanín! ¡Pero, Elenita, si estoy aquí yo!

Su habilidad suprema en el manejo de la pistola le ponía en condiciones de saciar este deseo, pero al mismo tiempo despertaba en su conciencia ciertos leves escrúpulos que procuraba sofocar por medio de reflexiones más o menos fundadas. «Nanín es un gran cazador se decía . Conoce admirablemente el manejo de la carabina. ¿Por qué no ha de tirar también la pistola

Este diminutivo en los labios de su prometida hacía daño a Tristán. Había estado muchas veces a punto de decírselo; pero sólo ahora a impulsos del desabrimiento que experimentaba se arrojó a hacerlo. ¿Por qué le llamas Nanín? le dijo con aspereza en voz baja. Llámale marqués o Fernando, pues que no es tu pariente ni tu amigo íntimo.

Vino poco después Nanín con una nueva y la entregó a Clara con igual alegría, pero Tristán volvió a apoderarse de ella y, haciéndose el distraído, la arrojó otra vez al suelo. Cuando al cabo de algunos instantes llegó por tercera vez el marqués con una nueva ofrenda, no pudo menos de advertir que sus lindas flores azules no estaban en las manos de Clara.

¡Déjenme ustedes! exclamaba Tristán . ¿No ven ustedes que me ha abofeteado? Nanín guardaba silencio. Al fin volvió de nuevo la espalda y con tranquilo paso se dirigió a la escalera para subir al palco. Tristán, sujeto por las manos de los dependientes, le gritó: ¡Pronto tendrá usted noticias mías! El marquesito siguió caminando con desdeñosa indiferencia. Tristán corrió al café.

Palabra del Dia

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