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Actualizado: 11 de junio de 2025
Celinina iba con ellos, y como por primera vez andaba en aquellas altitudes, se atolondraba un poco. «Ven acá le dijo uno, dame la mano y volarás más derecha.... Pero ¿qué llevas ahí? Esto repuso Celinina oprimiendo contra su pecho dos groseros animales de barro. Son pa mí, pa mí. Mira, chiquilla, tira esos muñecos. Bien se conoce que sales ahora de la tierra.
En la defensa del rey y la reina se cifra, por lo tanto, toda la estrategia del ajedrez. Pero aunque la similitud entre el ajedrez y las batallas humanas, político-militares, es muy grande, existe, sin embargo, la radical diferencia que hay entre la vida y el puro mecanismo de unos muñecos de madera. Aclaremos un poco el punto.
Ya se sabría el paradero de Nina, o los motivos de su ausencia, cuando Dios se dignara darlos a conocer por los medios y caminos a que nunca alcanza nuestra previsión. Las doce serían ya, cuando sonó un fuerte campanillazo. La dama rondeña y el galán de Algeciras saltaron, cual muñecos de goma, en sus respectivos asientos. «No, no es ella dijo Doña Paca con gran desaliento . Nina no llama así».
Por fortuna era don Custodio el que había hecho el diagnóstico y temiendo llamar la atencion se hacía el desentendido escribiendo al parecer la crítica de la pieza. ¡Si no fuera porque voy con ustedes! dice Juanito haciendo girar los ojos como los de ciertos muñecos que mueve el péndulo da un reloj. Y para ser más parecido, sacaba de tiempo en tiempo la lengua.
La sala está en lo de delante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra mexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México: y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros.
No le quedaba otro recurso que el de matar el tiempo de algún modo. Desmontó, pues, en casa de Lepage y se entretuvo en romper algunos muñecos, cuya suerte corrieron después varios huevos, sirviéndole por último, de blanco, hasta las moscas.
Más allá, en un espacio ancho y alumbrado por enorme ventana con reja, las cuerdas de ropa puesta a secar nos obligaban a bajar la cabeza para seguir andando. En las paredes no faltaban muñecos pintados ni inscripciones indecorosas. No pocas puertas de las viviendas estaban abiertas, y por ellas veíamos cocinas con sus pucheros humeantes y los vasares orlados de cenefas de papel.
Para distraerme me llevaron a la sala, y me dieron juguetes, muñecos de nacimiento, pastores y pastoras, cabras, ovejas, una casita de cartón, un molino, con su rueda que daba vueltas movida por un chorro de arena.
Primero, porque nada hay más incómodo ni más enojoso que esos muñecos para una mujer que ama la sociedad... segundo, porque cuando se es bonita desea conservarse el mayor tiempo posible... y los niños, es sabido, son los verdugos de la belleza. No comprendo, Mariana, ¡a mí me parece...!
Señores afirmó Calleja, repito que todos esos son unos muñecos al lado de Romero Alpuente. ¡Cómo puso á los frailes hace dos noches! ¿A que no saben ustedes lo que les dijo? ¿A que no saben...? Ni al mismo demonio se le ocurre.... Pues los llamó.... ¡sepulcros blanqueados!... Miren qué mollera de hombre.... No se empeñe usted, Calleja refunfuñó el ex covachuelista con alguna impertinencia.
Palabra del Dia
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