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Actualizado: 31 de mayo de 2025
Y así se estuvieran probablemente hasta sabe Dios cuándo, a no abrirse de golpe la puerta, apareciendo en ella un hombre; no el camarero, ni menos el esperado Miranda, sino un mozalbete de algunos veinticuatro o veinticinco años, mediano de estatura, pronto y desenfadado de modales.
Mesábame las barbas, y renegaba de mi mal cortada pluma, que siempre ha de pinchar, y de mi lengua que siempre ha de maldecir, cuando un cariacontecido mozalbete con cara de literato, es decir, de envidia, se me presentó, y mirándome zaino y torcido, como quien no camina derecho ni piensa hacer cosa buena, díjome entre uno y otro piropo, que yo eché en saco roto, cómo tenía que consultarme y pedirme consejo en materias graves.
¡Qué veo! exclamó D. Paco con súbita exaltación . ¿No es aquel mozalbete el propio D. Diego; no es mi niño querido, la joya de la casa, la antorcha de los Rumblares?... ¡Eh... D. Dieguito, aquí estamos..., venid acá! En efecto; cuando estuvimos cerca, no nos quedó duda de que el mozuelo bailarín era D. Diego en persona. Nos vió, y al punto vino corriendo para abrazarnos a todos con mucha alegría.
¡Hombre! dice un mozalbete a otro chisgarabís de su estofa, pasando revista a las lápidas . Mira quién está aquí... La Carmencita... ¿No te acuerdas, chico?... La que fué querida de mi primo el banquero, y le costó un ojo de la cara... Muchacha muy caritativa... y bonita, eso sí, sólo que se pintaba las cejas y fruncía la boca para esconder un diente mellado. ¡Preciosa corona le han puesto a don Melquíades!
Los dos fijaron la vista con ansiosa curiosidad en un grupo que por la calle iba, compuesto de tres personas, á saber: una vieja por extremo tiesa y con un aire presuntuoso que indicaba su adoración de todas las cosas tradicionales y venerandas; una joven, de cuya hermosura no podían tenerse bastantes datos desde el balcón, si bien no era difícil apreciar la esbeltez de su cuerpo, su andar airoso y su traje, en que la elegancia y la modestia habían conseguido hermanarse; y por ultimo, un mozalbete, cuyo semblante no era fácil distinguir, pues sólo se veía algo de patillas, su poco de lentes y unas miajas de nariz.
Era tertulio del convento un mozalbete, de aquellos que usaban arito de oro en la oreja izquierda y lucían pañuelito de seda filipina en el bolsillo de la chaqueta, que hablaban ceceando, y que eran los dompreciso en las jaranas de mediopelo, que chupaban más que esponja y que rasgueaban de lo lindo, haciendo decir maravillas a las cuerdas de la guitarra.
No, señor: un momento antes de usted llegar respondió temblando Clara. ¿Y por qué le habéis abierto? ¿No dije que no abrierais á nadie? Venía á preguntar por usted. ¿Por mí? Ya... contestó Elías con furia. Algún espía del Gobierno. Pero ya me figuro la verdad. Este es algún mozalbete que te hace la corte. ¿A mí? No, señor. Si no le conozco, no le he visto nunca, dijo Clara temblando.
Gran vergüenza sería para mí y para los buenos religiosos de Belmonte, que yo no supiera leer, contestó Roger. Como que he sido amanuense del convento por cinco años, y á los monjes debo todo lo que sé. ¡Este mozalbete es un prodigio! exclamó el arquero mirándole con admiración. ¡Y sin pelo de barba y con esa cara de niña!
Palabra del Dia
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