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Actualizado: 16 de julio de 2025
¡Cómo latía el corazón, en la esperanza de que fuera la moza de su simpatía la que le tocara a uno en aquel reparto de beldades, que duraría lo que durase la pieza! ¿Conmover al bastonero con una súplica? ¡Pero si eso era un sueño irrealizable!
Los que no se hayan criado en un pueblo, nunca sabrán cuán apetitosa golosina es el sombrero para una artesana. Era doña Paula alta, seca, desgarbada. Cuando joven había sido buena moza; pero los años, la clausura continua, a la que no estaba avezada, y sobre todo la lucha que venía sosteniendo con el público para establecer su jerarquía, la habían marchitado antes de tiempo.
Me miró maliciosamente y lanzó una carcajada, sin hacer caso de la cara hosca que ponía su hermana. Pues mira que muchos han maldecido antes de ahora a esos Elsberg pelirrojos refunfuñó la buena mujer; y yo me acordé en seguida de Jaime, cuarto conde de Burlesdón. ¡Pero nunca los ha maldecido una mujer! exclamó la moza.
-Pues venid, doncella -dijo el paje-, y mostradme a vuestra madre, porque le traigo una carta y un presente del tal vuestro padre. -Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió la moza, que mostraba ser de edad de catorce años, poco más a menos.
Al ver á su camarada se esforzó por serenarse, hablando con una alegría feroz. Lo que yo te dije, hermano; empieza uno por juego y acaba interesándose. No se puede estar en paz al lado de una buena moza. Pero calló al notar que Piola le miraba como reconviniéndole. Vos ahí de farra, como un muchacho, mientras afuera pasa lo que pasa.
Todos están a las órdenes de V., señora marquesa. En aquel entonces, cuando el noviazgo, era mi Joaquina una moza de lo más selecto que se paseaba por Madrid, y servía de doncella a cierta dama de las más encopetadas, cuya privanza tenía por completo y todos cuyos secretos más íntimos poseía. ¿Y cómo se llamaba esa dama? La Exma. Sra. Condesa de Fajalauza.
En buen hora respondió el huésped. Y volviéndose a la moza, dijo: Costancica, di a Argüello que lleve a estos galanes al aposento del rincón, y que les eche sábanas limpias. Sí haré, señor respondió Costanza; que así se llamaba la doncella.
Realmente dijo Ricardo, es más bien buena moza... ¡y ha de haber sido linda! ¿Anastasio la castiga, Baldomero? preguntó como dudando Melchor. ¡Si veinte veces la ha echado del rancho!... pero, ¿a dónde va a ir la infeliz? ¿Por qué no la trae al campo, Baldomero?... Aquí habría trabajo que darle... en el puesto de las aves... o para lavar. Para eso sí... nunca estaría de más.
¿No te he dicho que soy la comadreja del alcázar, que velo mientras los otros duermen, que todo lo veo y lo oigo? Pues bien; por esa razón sé que tu hija es querida... ¡Querida! exclamó el duque afectando una explosión de dignidad ofendida. Querida, manceba, moza, entretenimiento, como quieras, de don Francisco de Quevedo. ¡Mentira!
Y al soltar aquel sonido, digno canto de tal ave, la moza se arrojó con tanta presteza por las escaleras abajo, que parecía rodar por ellas. Juanito la vio desaparecer, oía el ruido de su ropa azotando los peldaños de piedra y creyó que se mataba. Todo quedó al fin en silencio, y de nuevo emprendió el joven su ascensión penosa.
Palabra del Dia
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