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Veía en la incoherencia de su adormilado pensamiento a los parientes del obispo incitándolo a que entrase en el baile. «Monseñor: el mar... es el marVeía a Maltrana apostrofando al Océano, el gran tentador: «Galeoto de mostachos de algas... Celestina de arrugas verdes». Y lo mismo que él, repetía: «Seamos miserables. Ya nos purificaremos al bajar a tierra».

Hay laumedones de ojos, decídselo vos, que se enamoran por debajo de las faldas de los sombreros, haciendo señas con las manos y visajes con los rostros, torciéndose los mostachos, dando la mano en el aprieto, la capa en el camino, el regalo en el pueblo, y sin hablar palabra en todo el año

El viento nos silbaba en las orejas, gotas de lluvia nos azotaban el rostro. Las dos mujeres se estrechaban en un abrazo mudo, como si ya no fueran a separarse nunca. Pero, en esto, el viejo, que ha cambiado de idea, llega ruidosamente, y detrás de él los criados, a quienes ha dado el alerta, con lámparas y bujías. Se echa sobre Yolanda y le frota las mejillas con sus mostachos.

Sus camaradas tuvieron que sacarlo de entre los tizones tirando de sus pies, mientras otros corrían hacia el mar para echarle agua en los mostachos y la cabellera humeantes. Cuando en la tarde siguiente empezaba la playa á obscurecerse, Gillespie vió la llegada de otro hombre con faldas y velos. Debía ser Popito, que le traía más noticias.

Todo le hablaba de la fuga, de la incógnita y deliciosa ocultación en aquel país tan calurosamente descrito por Leonora, desde los macarrones del almuerzo y el Chianti en empajada y ventruda redoma, hasta el castellano defectuoso y musical de los dueños del hotel, carnosos hombretones con enormes bigotes que recordaban los tradicionales mostachos de la casa de Saboya.

Luego reaparecían, asomando a flor de agua su cabeza semejante a una pelota negra con mostachos. Esta isla era el término de su avance desde los glaciales mares del Sur. Hasta allí llegaban, viniendo de los bancos de hielo, para explorar la amplia boca del estuario del Plata. Desapareció el sol tras una barrera de nubes. Esfumábase la costa con una bruma rojiza.

El de los mostachos consideraba a la recién venida atentamente, como un arqueólogo miraría un ánfora acabada de encontrar en una excavación. A las palabras del alférez contestó con ronco acento: Pues vaya si le diré, hombre. Si estoy reparando esta chica, y es de lo mejorcito que pasea por Marineda.

Pues Guy le pidió una tintura, con estas enigmáticas palabras: Búscame pronto algo para teñirme el bigote otra vez de negro, pues se me está destiñendo; y no quiero volver al cuadro del Tintoretto sino como él me pintó, con los mostachos ennegrecidos por la pasta que fabrica maese Sabino, el barbero del rey.

, muy hermosa y muy joven dijo el sargento mayor apretando el gesto y retorciéndose los mostachos. ¿Y á qué traes esa mujer á mi casa? ¿Qué? ¿tendrás celos? Pudiera tenerlos. Pues bien, no los tengas, porque esa muchacha es mi hija. ¡Tu hija!

Cada vez que el confidente y el enamorado pasaban cerca de un farol, la luz se proyectaba en la fisonomía de Borrén, siempre movida, agitada y descompuesta, cómica a pesar del exagerado carácter viril que a primera vista le imprimían los cerdosos mostachos, las pobladas cejas y la prominente nuez.