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Actualizado: 28 de junio de 2025


Su formidable golpe machacaba el hierro como blanda pasta, y esas formas de ruedas, ejes y raíles, que nos parecen eternas por lo duras, empezaban a desfigurarse, torciéndose y haciendo muecas, como rostros afligidos. El martillo, dando porrazos uniformes, creaba formas nuevas tan duras como las geológicas, que son obra laboriosa de los siglos.

Hay laumedones de ojos, decídselo vos, que se enamoran por debajo de las faldas de los sombreros, haciendo señas con las manos y visajes con los rostros, torciéndose los mostachos, dando la mano en el aprieto, la capa en el camino, el regalo en el pueblo, y sin hablar palabra en todo el año

El camino de las Señoras era la excursión favorita de Lucía. Estrecha vereda, sombreada por espesos árboles, sigue dócil el curso del Sichón, deteniéndose cuando al río se le antoja formar un remanso y torciéndose en graciosas curvas como la tranquila corriente.

El modo es clavar todas sus lanzas muy parejamente, y al pié de ellas es que su dueño sentado, poniéndose en medio, al frente el adivino, y detras de él todas las indias, y teniendo en la mano dicho adivino un cuchillo, comenzándolo á mover como el que pica carne, entona su canto al que todos responden, y de allí á media hora, poco mas ó menos, comienza el adivino á suspirar y quejarse fuertemente, torciéndose todo y haciendo mil visajes, siguiendo los demas dicho canto, hasta que allí á un rato, que pega un alarido muy grande, se levantan todos.

Eran como dos budineras grandes, cubiertas todas de finísimas y menudas plumas encarnadas: un pájaro natural, una especie de faisán disecado con primor, contorneaba el ala, torciéndose con gracia a un lado de la cabeza. Tan singular adorno, semi-indostánico sentaba bien a la palidez tropical y a los ojos de fuego de las dos cubanitas.

En vano doña Eugenia agotaba para convencerla toda clase de razonamientos y representaciones. Araceli, en el colmo de la desesperación, torciéndose las manos, exclamaba: ¡Pero mamá de mi alma! ¿qué dirá la duquesa de Colmenar de la Oreja, qué dirá el marqués de Cabezón de la Sal al verse junto a un hombre que se llama Trompeta?

¿Quién? ¿don Alejandro? No, señor: mi padre. Corriente. Torciéndose un pie... poca cosa... ya está casi bien. ¿De dónde? De voltejear por afuera. A ese paso, me la lleva usted. Pero ya nos veremos un poco más allá. Estamos veinticuatro por diez y ocho... ¿no es así? ¿Adónde?

Los cantos de los tomos parecían haces de aristas encendidas, cada hoja era una línea, y unas caían sobre otras, torciéndose, quebrándose, hasta romperse como gavillas abrasadas. Los pliegos sueltos ardían rápidamente consumidos a un solo embate de la llama, y en su lugar quedaba una película negra, ingrávida, escrita con caracteres de fuego, que se iban extinguiendo poco a poco.

Palabra del Dia

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