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Actualizado: 21 de mayo de 2025
Y a unos y a otros los seducía, los corrompía, y los juntaba en una especie de solidaridad del vicio la vida que hacían, poniéndose el mundo por montera, según la frase predilecta de Emma, y viviendo alegres, siempre mezclados en conciertos, en jiras campestres, en banquetes a puerta cerrada.
Además, los portales estaban llenos de canalla, vagos de profesión, aventureros de la calle, gente sin hogar y sin paraguas. ¡Quién va a exponerse a que le roben el reloj o le secuestren! Esto lo pensaba al cruzar por la calle del Carmen. Pues bien, al cruzar por delante de la de la Montera, ya pensaba otra cosa.
La cola que formaban los coches frente al palacio del marqués de Butrón cogía casi toda la calle de Hortaleza, atravesaba la red de San Luis e iba a perderse en la de la Montera. Los carruajes avanzaban lentamente, parábanse un momento, abríanse y cerrábanse con estrépito las portezuelas, y corrían luego a estacionarse en la Plaza de Santa Bárbara.
Detúvose el fugitivo un momento, turbado, con cierto pavor respetuoso, semejante al del profano que se encontrara de repente en el fondo de las catacumbas, en medio de los divinos oficios; a lo lejos, oíanse en la calle el vals de La Gran Duquesa y los gritos de la canalla... Dio entonces dos pasos a tientas, extendiendo el brazo para salir por la puerta de enfrente a la calle de la Montera, y tropezó con un confesonario arrimado a la pared de la derecha; abrióse al punto la puertecilla baja de delante y apareció una mano muy blanca pegada a una manga negra.
Muchos sonreían con expresión maliciosa. «¡Olé los niños con suerte!» Dio media vuelta, arrojando la montera al terminar el brindis, y esperó al toro, que le traían los peones con el engaño del capote. En muy corto espacio, procurando que la fiera no se alejase de este sitio, realizó el espada su faena. Quería matar bajo los ojos de doña Sol; que ésta le viese de cerca desafiando el peligro.
Buenas noches respondió la joven sin volver la cabeza, mirando con fijeza al frente. Hoy la he visto a usted en un comercio de la calle de la Montera profirió el artista abriendo la boca un poco más. Puede ser repuso Presentación sin dejar de mirar al frente. Estaba usted comprando unas enaguas.
Junto a doña Sol mostrábase el marqués con dos de sus hijas. Anduvo Gallardo junto a la barrera con la espada y la muleta en una mano, seguido por las miradas de la muchedumbre, y al llegar frente al palco se cuadró, quitándose la montera. Iba a brindar su toro a la sobrina del marqués de Moraima.
Rápidamente se descuelga la chaqueta de paño verde, se despoja del chaleco floreado, tira la montera y agarrando la barra afianza sus pies en el tiro y se yergue. No hay nadie que no admire la gentileza de aquel mozo imberbe. Su musculatura atlética contrasta con las líneas puras, delicadas de su rostro de adolescente.
El corral, el establo, las pocilgas, eran obra de su padre; y aquella montera de paja, tan alta, tan esbelta, con las dos crucecitas en sus extremos, la había levantado él de nuevo, en sustitución de la antigua, que hacía agua por todas partes.
Yo tampoco había tomado nada aquel día, pero quise que mi padre comiera lo que le hacía falta. Cuando bajé, tragando unas cortecillas que había dejado, y la vi á usted otra vez en el corredor, le juro que me pareció más hermosa que la Virgen. Quise darla las gracias; pero no fuí capaz de decir una palabra. Pasé con la montera en la mano, sin dejar de mirarla.
Palabra del Dia
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