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Actualizado: 21 de junio de 2025


El aditamento que sus dos mujeres, Josefina y María Luisa, le pusieron en su cabeza, genial y estratégica, se lo hubiera impedido. Con estas premisas llegamos al nudo de la cuestión. ¿En qué grado una reina puede cambiar la historia de un pueblo, influyendo sobre el ánimo del monarca? Ello depende de muchas causas. El alcance de esta influencia se relaciona, en primer término, con el amor.

Adormecidos bajo el suave yugo de sus dominadores, iban ya casi olvidando su religion y su lengua materna : Alí, hijo de Juceph, que era á un mismo tiempo monarca en Africa y en Andalucía, los colmó de distinciones: les concedió armas, y les dió por capitan á otro cautivo, caballero catalan, que le habia fielmente servido en Africa ganándole muchas victorias contra los almohades.

Pero a aquel buen señor, retratado en la Sala Capitular con peluca blanca, labios pintados y ojos azules, le llamaban más los goces del mundo que las grandezas de la Iglesia, y abandonó el arzobispado para casarse con una dama de modesta estirpe, riñendo para siempre con el monarca, que lo envió al destierro.

He oído con frecuencia que la virginidad está tan por encima del matrimonio como la claridad del sol sobre la de las estrellas. Es la vida que Jesucristo ha consagrado en su purísima carne y aquélla de que la Santísima Virgen nos ha dado ejemplo. ¿Qué daño hago a mi nacimiento renunciando al hijo del Emperador para casarme con el soberano Monarca del Cielo y de la tierra?

I de la protección dada á los judíos por este monarca nació la fábula indecente de los amores que le atribuyen con una hermosa hebrea, llamada Raquel, los cuales fueron el escándalo de España.

De ella pudiéramos acusar á Felipe II, si dijo como se cuenta al saber la victoria de Lepanto, mucho ha aventurado D. Juan: pero la magnanimidad del mismo monarca se manifiesta cuando atribuye á los elementos desencadenados, y no al poder de sus enemigos ni á la torpeza de sus generales, la pérdida de la Armada invencible.

Parece que este monarca, muy joven aún, tenía la memoria muy flaca en materia de deudas, puesto que el cabildo pensó acudir a la justicia para reclamar el pago de la contraída. Pero ¿dónde estaba un escribano bastante valiente para presentarse a don Pedro con una notificación en la mano? Era necesario para esto un escribano Cid, o Pelayo, como no suele haberlos en el mundo.

Ruégote, pues, encarecidamente, ¡oh Monarca poderoso! que castigues con el fuego estas odiosas asociaciones, madres de verdaderos monstruos, y que no nombraré por no ofender á sus autores.

Encontró allí el derribado pino de enlazadas ramas, pero el trono estaba vacío. Acercose más, y algo que parecía ser un animal asustado, moviose por entre las crujientes ramas del árbol y corriose hacia arriba de los extendidos brazos del caído monarca, y amparándose en algún follaje amigo.

Más de la mitad de su vida la pasó sirviendo al Emperador Carlos Quinto y al actual monarca Don Felipe Segundo, en los galeones y galeazas armados a la ligera para tomar represalias sobre los pueblos desprevenidos o caer de improviso sobre algún cargamento del turco. Conocía las islas del Levante y los menores recovecos de los golfos.

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