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Actualizado: 17 de junio de 2025
Y entonces, a tan gran distancia del bello angelito, creyó faltar a su propósito escribiendo en aquella postdata la palabra beso, y borrándola con grandes tachaduras, puso en su lugar: «A Monina, que le llevaré un muñeco que dice papá y mamá». Después escribió en el sobre: Mme. Villa María. Biarritz.
Muerto el duque de Orleans, o mejor dicho, ejecutado Felipe Igualdad, la familia de éste huyó de Francia, y Mme. de Roys se consagró con el mayor cariño a la viuda duquesa de Orleans, hija del duque de Penthievre. Largo tiempo vivió esta desgraciada familia en España.
Su padre disimula la satisfacción que le causa el oír elogiar a su hijo, pero en realidad está más orgulloso que yo. ¿Cuánto durará esta satisfacción? Del niño al hombre hay una distancia grande. Mme. Lavernette me ha hecho entrega de una carta de Alfonso en la cual me dice que desea vivir con nosotros. Yo temo que cuando venga lo encontraré pálido, ojeroso y flaco. Y esto me tiene preocupada.
Siempre recordaré el triste efecto que me causó, en obra tan bella como Eugenia Grandet, aquel pasaje en que el abate Cruchot, momentos después de llegar el primo de París, propone á boca de jarro á Mme. de Gramins que se deje cortejar por él con objeto de inutilizarlo. Vivir mecido en una suave idealidad es lo mejor que el artista puede hacer.
El motivo de no haberme consagrado yo absolutamente a la contemplación de lo eterno, a los cantos del breviario y a las alabanzas del Señor en la soledad de aquel claustro entre lo eterno y mundano, fue... porque vi al que después fue mi marido, joven y buen mozo, vistiendo su brillante uniforme, cuando vino a visitar a su hermana la canonesa Mme. de Villars, en cuya casa había yo sido confiada de tutela, como de mayor edad y más experiencia de la vida.
Siempre me acuerdo de sus privaciones cuando pretendo quejarme de mi suerte. ¡Que Dios auxilie a esta pobre anciana! Mi madre me ha contado esta noche muchas cosas referentes a Mme. de Reyniere, viuda de su arrendador y algo parienta nuestra.
He estado aquí dos días, y vuelvo a partir esta noche a pesar mío. El campo es delicioso en este tiempo; yo estoy siempre alegre en la época que atravesamos; alegre he dicho, ¡quién sabe si algún grave pesar moral mata mi dicha! A bien que existen pocos pesares y sufrimientos que los deliciosos hechizos de la Naturaleza no consigan hacer olvidar. Dice Mme.
Ruego a Dios me dé las luces necesarias, al objeto de cumplir debidamente mis obligaciones con respecto a mis hijos. 9 de noviembre de 1805. Hemos venido a pasar unos días en el castillo de Monceau, propiedad de mi cuñado. M. de Lamartine, el ángel de la familia, y Mme. de Villars, nuestra Providencia, están con nosotros.
Nada de nuevo, si no es que me ha escrito diciéndome que Alfonso ha sido bien recibido con mucha distinción entre personas de la mayor concurrencia, donde su personalidad y sus talentos produce, según la expresión de Mme. Vaux, mi hermana, un tipo de entusiasmo.
Parecía yo al Abraham bíblico cuando vuelve la vista para contemplar a Agar y su hijo, abandonados en el desierto, menos peligroso ciertamente que esta multitud inmensa, donde las madres, obligadas por la sociedad, abandonan a sus hijos. Todo el día de hoy lo he pasado en compañía de Mme. de Vaux, mi buena hermana, y mezclado mis lágrimas a las suyas, pues también es muy desgraciada.
Palabra del Dia
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