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Actualizado: 24 de mayo de 2025


En fin, parecía aquello una suspensión de hostilidades. «Bien venido fuera; don Fermín aceptaba la lucha, si se ofrecía, pero prefería la paz. Sobre todo ahora, que tenía más que hacer, algo mejor y más dulce que odiar y perseguir a miserables, dignos de desprecio y de lástima».

El odio, la repugnancia, la indignación por la dicha ajena, hicieron detenerse al príncipe. ¿Para qué seguirlos?... Podían volver la cabeza y verle. Se avergonzó al pensar en un encuentro. ¡Miserables!... Debía existir alguien en lo alto que castigase estas cosas. Y se alejó de ellos, caminando hacia el otro extremo del paseo para bajar al puerto de La Condamine.

¿Qué está usted diciendo?... Las casas de aldea.... ¡Jesús!, unas tejavanas miserables, obscuras, lóbregas..., sin un mal balcón.... Tres tiene la en que yo nací..., y bien grandes, por cierto. ¿Es posible? Y en el menor salón de aquella casa cabe muy holgadamente ésta en que ahora estamos. Usted se burla. No vendría muy al caso.

El príncipe asintió. Era como esos enormes trasatlánticos que, al naufragar, hacen la fortuna con sus despojos de todo un pueblo de miserables instalado en la orilla. Pero esta relatividad de la suerte no evitaba que su ruina fuese cierta. Por lo que diré después, necesito no ocultar mi situación. Hace unas semanas he vendido en París el palacio que construyó mi madre.

Granujas de la peor estofa, aspirantes a puntilleros, toda clase de rapaces desvergonzados y miserables, formaban su pandilla; y como Mariano solía tener algún dinero, eran de ver su boga y popularidad entre esta chulería menuda, que sin cesar se ofrece a nuestra vista por calles y caminos con escándalo de la moral, con bochorno de la sociedad y del cristianismo, que no aciertan a recoger y sujetar estos presidios sueltos del porvenir.

Ahora, entre vosotros, me figuro que soy vuestro hermano y que debo ir por el mundo con la mano extendida, y como nací señor, me encuentro con más ánimo de bandolero que de mendigo, ¡Pobres miserables, almas resignadas, hijos de esclavos, los señores os salvaremos cuando nos hagamos cristianos!

Los miserables pueblos de Mahates y San Estanislao, situados en medio de ciénagas interminables, demoran allí en la mayor incuria y en un completo desamparo; y el canal, ensanchándose á veces en medio de anchas lagunas ó ciénagas, como las de Sanaguare, la Cruz y Palotal, ó volviendo a estrecharse como en su principio, aunque cambia de aspecto por su forma ó su vegetacion, nunca pierde su hermosura salvaje, su soledad y sus encantos.

¿No se ponen en práctica los medios más repugnantes por todos, para conservar el favor del rey?... Vos mismo, ¿no habéis ennoblecido á ese don Rodrigo Calderón, que al cabo se ha vuelto contra vos... como que no puede obrar sino miserablemente el que por miserables medios se ha engrandecido? ¿no lo he visto yo aprovechando todo? ¿qué hay que extrañar en que yo, cansada de sufrir, haya querido ser feliz de la única manera que podía serlo, y haya abierto mi alma á Quevedo?

Y el capitán metió brutalmente un papel en el pecho de Polonia, cuyos ojos enrojecidos parecían llorar sangre. ¡Ah! no, no; yo no quiero ir con Vds.; mi abuelito les dará todo lo que quieran, pero yo no quiero ir, exclamó Juanito, arrodillándose y juntando las manos ante aquellos miserables.

El bufón se retiró sin ruido, la miró un momento al través de la abertura del tapiz con una mirada profunda, en que había tanta ternura hacia ella, como amenaza, como cólera hacia los que causaban el doloroso estado de la joven. Está sola dijo y entró con él; él debe estar con la otra; busquemos otro camino; es necesario saber de lo que tratan esos miserables.

Palabra del Dia

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