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Actualizado: 24 de mayo de 2025
Tomaba el primer pedazo de papel que le venía a la mano, y sin cuidarse de guardarlo entre esencias, escribía a su novio con lápiz la mayoría de las veces. ¡Si las mujeres supiesen la importancia de estos miserables pormenores! Venturita había dado vueltas todo el día alrededor de su madre, esperando ocasión de hablarla sin testigos.
Hoy todo está casi en ruinas, con excepcion del palacio de verano y la gran mezquita; hay muchos espacios vacíos, los torreones se han derrumbado, los jardines interiores están en esqueleto, y en las calles de esa pequeña ciudad cortesana encerrada entre fortalezas, muchas casas están desiertas y otras no son habitadas sino por familias miserables y mendicantes.
El extranjero que se aventura por ciertos pueblos del alto Aragón, construídos sobre las cumbres de los montes que sirven de base á los Pirineos lo mismo que rocas á punto de rodar hasta el valle, se ve sorprendido por la tierra roja que cimenta las piedras irregulares de las miserables casuchas.
Los miserables Griegos de este pueblo con ser 700, y los nuestros apenas trescientos, se encerraron dentro de sus murallas como si todo el campo de los Catalanes les sitiara, sin salir á pelear ni á deshacer lo que su enemigo trabajaba para su ruina.
Le ocurre lo que a los grandes señores arruinados que aún tienen para vivir con holgura y se consideran miserables recordando su pasada opulencia. La Iglesia tiene la nostalgia de aquellos siglos en que poseía la mitad de la riqueza española.
Por estas noticias, que sumariamente estractamos de los historiadores Florez y Bravo, podrá formarse el lector una ligera idea de la esclavitud en que vivian antes de Abde-r-rahman I los miserables Cristianos de Córdoba bajo el solo concepto de las capitaciones y tributos.
¡Ja, ja, ja! venía a decir, con la garganta y las narices ... ¡Ya están dándole vueltas!... Allá dentro, bien os oigo, miserables, no os ocultéis... bien os oigo repartiros mi dinero, ladrones; ese oro es mío; esa plata es del cerero.... ¡Venga mi dinero, señora doña Paula... venga mi dinero, caballero De Pas, o somos caballeros o no... mi dinero es mío! ¿Digo, me parece? ¡Pues venga!
Pero di un paso atrás y, sacando el revólver, grité: ¡No pasarán ustedes, canallas, miserables! Suelten a esa joven que llevan secuestrada... En un instante se llenó aquello de gente. Mis gritos eran horrendos. Deseaba que el escándalo fuese gordo y viniese la Policía cuanto más pronto.
Jadeantes, miserables, cubiertos de polvo que en lodo convertía el sudor, sentían derretirse sus cerebros, flotar luces en el espacio, manchas rojas en el aire.
Hay en Francia tres millones de pordioseros, todos los cuales juntos no valen medio franco, ¡y no puedo yo comprar a peso de oro la nariz de cualquiera de esos miserables!... Y, después de todo, ¿por qué?
Palabra del Dia
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