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Actualizado: 31 de mayo de 2025


El anciano Materne, con la mano extendida, señalaba a lo lejos, muy a lo lejos, un punto blanco, casi imperceptible, en medio del pinar, diciendo: ¿Reconocéis aquello, hijos míos? Los tres miraron con los ojos medio cerrados. Es nuestra casa respondió Kasper.

Afortunadamente, a aquella hora sólo había unas pocas señoras, que fingieron no verles, y luego, a sus espaldas, se miraron con el ceño fruncido y moviendo la cabeza. «¡Qué escándalo!...» Luego pasaron ante Isidro, que hablaba con Zurita de espaldas al mar. El doctor los siguió con un gesto de cómica admiración. Compañero, ¡y qué valiente es su paisano! Cada día con una... ¡y a su edad!

Por donde vinieron a sospechar que estaba bajo una fuerte excitación. Esta sospecha se confirmó al oirle proponerles jugar al tresillo. Cumplieron su gusto, pero al poco rato el joven comenzó a desvariar tristemente. Oyes, mamá, ¿qué te parece de este juego? dijo llamando a una señora que allí estaba. Los circunstantes se miraron unos a otros aterrados y compadecidos.

Gracias á su bondad puedo marcharme... Todo lo que va conmigo le pertenece... Desconfíe de los que le hablen mal de él... Sus ojos tristes miraron intencionadamente al joven mientras decía las últimas palabras. Antes de alejarse aún se atrevió á darle un nuevo consejo: Y no olvide por ninguna otra mujer á esa señorita que llaman Flor de Río Negro.

Inclináronse uno tras otro sobre el remanso de la fuente, apartaron con la mano las hierbas que flotaban en la superficie y bebieron en la hoya, como pastores ó como cervatillos de la montaña. Después se miraron, se dieron la mano de amigos y se pusieron á departir alegremente recostados en la hierba.

Los sitiados se miraron con terror y, con la prontitud de un general, el joyero Simoun acudió: El remedio es muy sencillo, dijo con un acento raro, mezcla de inglés y americano del Sur; y yo verdaderamente no cómo no se le ha ocurrido á nadie. Todos se volvieron prestándole la mayor atencion, incluso el dominico.

Por la parte alta del río percibieron un ruido como el que hace al caer un cuerpo pesado en el agua. Miraron en aquella dirección; pero la sombra que proyectaba el bosque era tan espesa, que no pudieron descubrir nada. ¿Has oído, Horn? , señor Cornelio contestó el marino, con cierta inquietud. Alguien se ha tirado al río. Eso temo. ¿Algún pirata, quizá?

Pero ¿ crees que habrá guerra? preguntó Desnoyers. La guerra será mañana ó pasado. No hay quien la evite. Es un hecho necesario para la salud de la humanidad. Se hizo un silencio. Julio y Argensola miraron con asombro á este hombre de aspecto pacífico que acababa de hablar con arrogancia belicosa.

También podía ser que se hubiera marchado lejos, con la vieja, y no volviese hasta bien entrada la noche. Debía partir. Y con la escopeta en la mano, para ser el primero en disparar si encontraba al enemigo, emprendió el regreso al valle. Otra vez volvió a encontrar en el camino payeses y muchachas que le miraron con tenaz curiosidad, contestando apenas a su saludo.

Los salvajes de los dos grupos le miraron con curiosidad, sonriendo. ¿Cómo es eso, Rafael? preguntó Pepe Castro. Habéis de saber que mi padre se murió diciéndome: "¡El deber, hijo! ¡el deber! ¡Ante todo el deber!"... Fueron sus últimas palabras. Yo, cumpliendo con este sagrado consejo, procuro deber todo lo posible. Hizo gracia a sus compañeros este rasgo cínico; lo celebraron con algazara.

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