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Su entrada en los teatros y paseos de Sevilla levantaba siempre un murmullo de admiración en la gente: los forasteros se apresuraban a preguntar a los naturales: ¿Quién es esa joven? ¿Le gusta a V., verdad? solían contestar chuscamente, pues tenga V. cuidado, porque es de mírame y no me toques.

Mírame como lloro; no hayas pena de que ya abogue por Muley; concédeme el no dejarme, y yo alzo la mano en mis súplicas.

Sin embargo, he tenido que darle cuenta de tu vida, de tu salud, cada semana regularmente. Marta retrocedió tambaleándose, se llevó las manos a la cabeza, y, de improviso, una especie de calofrío la sacudió. Se adelantó hacia , me tomó las manos y con voz singularmente velada, dijo: ¡Mírame de frente, Olga! ¿Quién de los dos ha escrito la primera carta?

Soy Guillermina, doña Guillermina, la rata eclesiástica. Mírame bien, mírame la cara, los pies... las manos, el mantón negro... Estoy loca con este asilo pastelero, y no hago más que pedir, pedir, pedir al Verbo y a la Verba. Sr. Pepe, ¿me hace usted esos gatillos o no?... ¡peinetas se debían volver!». La idea... la pícara idea i

Y el sencillo servidor del templo levantaba sus manos con expresión de súplica, mientras sus ojos se empañaban con lágrimas. Ten calma, Esteban. Hablemos como hombres, sin exclamaciones y llantos. Mírame a : estoy sereno, y no creas por ello que es menos cierto que me iré hoy mismo si no accedes a mi súplica.

Por aquella época cató la familia los colchones de muelles; Torquemada empezó á usar chistera de cincuenta reales; disfrutaba dos capas, una muy buena, con embozos colorados; los hijos iban bien apañaditos; Rufina tenía un lavabo de los de mírame y no me toques, con jofaina y jarro de cristal azul, que no se usaba nunca por no estropearlo; Doña Silvia se engalanó con un abrigo de pieles que parecían de conejo, y dejaba bizca á toda la calle de Tudescos y callejón del Perro cuando salía con la visita guarnecida de abalorio; en fin, que pasito á paso y á codazo limpio, se habían, ido metiendo en la clase media, en nuestra bonachona clase media, toda necesidades y pretensiones, y que crece tanto, tanto, ¡ay dolor! que nos estamos quedando sin pueblo.

Acércate y mírame. ¿Ves cómo me ha puesto el calor del estío; a , tan fuerte, tan poderoso; a , que levanto las olas, que arraso los campos, que no hallo resistencia a mi empuje? Este día de canícula me ha matado; me dormí embriagado con la fragancia de las flores con que jugaba, y aquí me tienes desfallecido.

LEONOR. ¡Si ver pudieses la lucha horrenda que mi pecho abriga! ¿Qué pretendes de ? ¿Que infame, impura, abandone el altar, y que te siga amante tierna a mi deber perjura? Mírame aquí a tus pies, aquí te imploro que del seno me arranques de la dicha; tus brazos son mi altar, seré tu esposa, y tu esclava seré; pronto, un momento, un momento pudiera descubrirnos y te perdiera entonces.

Te lo juro, Mina de mi alma, rica mía, mi Mina; te lo juro y te lo rejuro.... Mírame a los ojos; así, a los ojos de adentro, a los de más adentro del alma... te juro, te retejuro que te adoro, con eso, con eso, con eso que ves aquí tan abajo, tan abajo.... Pero, mira, me vas a desnucar, se me rompe el cogote.

Es cosa seria preparar una camisa... recuerde usted que me estreno. ¡Ca! un hombre elegante no se fabrica; nace... Mírame me dijo cuadrándose en el medio del cuarto. Bueno, tenga paciencia, yo no soy usted... yo no soy elegante...