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Actualizado: 26 de julio de 2025


Tristán se llevó la suya al bolsillo y dejando asomar la culata de un revólver profirió con reconcentrada ira: ¡Mátalos! ¡Mata a esos traidores! Reynoso no se movió. Se oyó el ruido del coche que se alejaba. Nadie habló una palabra en algunos minutos. Al fin Escudero puso una mano sobre el hombro de aquél y dijo con voz conmovida: ¡Germán! ¡amigo mío! ¡valor!

¿Llegaremos a la estación un poquito antes que el tren? preguntó al joven. No se lo puedo decir con exactitud, pues no llevo reloj repuso Simón; pero no tema usted perderlo... De aquí a diez minutos divisaremos ya la estación.

Durante unos minutos, que me parecieron siglos, estuvo como muerto, caído en su butaca, inerte e insensible a nuestros cuidados y a los gritos de doña Polidora... En esos instantes han pasado por mi mente horribles pensamientos...

¡Oh! no... ¡En fin, qué quieres, hijo mío! si te hace mal verla, vivir cerca de ella, como ante todo es preciso que no sufras... vete ¿no es así? vete... Y, sin embargo... y, sin embargo... El anciano sacerdote quedó pensativo, dejó caer la cabeza entre las manos, y permaneció en silencio durante algunos minutos; luego continuó: Y, sin embargo, Juan, ¿sabes en qué pensaba?

Habría ganado la batalla si hubiese tenido el sol a la espalda. Por otra parte le quedaba Antiocus; y después de Prusias traidor, el veneno. Nada está perdido para un hombre en tanto que no ha dicho su última palabra. Llevaba en la mano, abierta ya, una carta de París que hacía pocos minutos había recibido.

Comenzó por advertir a aquel pobre hombre estupefacto que no volviera nunca a expresarse en ese tono de semejante inglés. «Ese hombre de quien usted habla, le dijo, se llama Carlos Darwin, y su frente es la ladera de una montaña»; y continuó disertando en este tono por diez minutos, hasta que sus amigos le interrumpieron para hacerle comprender lo perdido e inútil de aquella disertación.

En diez minutos la Fontana se quedó sin gente, y el rumor exterior pasaba, se oía cada vez más lejano, porque andaba á buen paso la oleada de pueblo que lo producía. Todas las señales eran de que había comenzado una de aquellas asonadas tan frecuentes entonces.

Los tertulios escucharon dos o tres minutos con atención: luego cada cual anudó la conversación interrumpida con su vecino. De tal suerte que a los cinco minutos nadie escuchaba a la notable joven más que su entusiasta mamá.

Trascurrieron veinte minutos, y de repente, en la curva de la Moncloa, asomó la locomotora arrastrando con sus últimos esfuerzos el tren, que produjo al pasar sobre las placas giratorias un ruido estrepitoso de hierro golpeado contra hierro.

Poco más de dos minutos, que nunca olvidarán los mortales que han presenciado esta gran tragedia, duró el eclipse total. El pueblo seguía aclamando á Dios, con los brazos alzados al cielo, con las lágrimas en los ojos.....

Palabra del Dia

gallardísimo

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