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Actualizado: 26 de mayo de 2025
Pero, como los minutos eran contados, nombré al azar a un viejo mayordomo que me había demostrado siempre más afecto que nadie. El tiempo transcurría. Lo mismo que antes, los días sucedían a los días, y sin embargo, ¡cuán nuevo y particular se había vuelto el mundo para mí!
Aguárdese un momento.... Voy a ver si por casualidad tengo yo lo que les hace falta. Y salió con paso vivo de la estancia. No tardó tres minutos en regresar con un paraguas viejo entre las manos. A ver sí os puede servir la seda de este paraguas dijo . Me parece que es del mismo color.... Castro y Maldonado cambiaron una mirada significativa. Mariana lo tomó ruborizándose.
Vamos exclamó la labradora encaramándose a una silla ; que duermas bien, hija mía; yo no puedo más y voy a caer rendida. Catalina se tapó con la manta, y cinco minutos después dormía profundamente. Luisa no tardó en seguir su ejemplo. De este modo habían transcurrido dos horas, cuando la anciana despertó sobresaltada por un tumulto espantoso.
Pero los tiempos eran otros. Ya no era posible ir a tiros como sus padres en plena plaza a la salida de misa mayor. La Guardia civil no les perdía de vista; los vecinos les vigilaban, y bastaba que uno de ellos se detuviera algunos minutos en una senda o en una esquina para verse al momento rodeado de gente que le aconsejaba la paz.
Á las seis de la tarde entramos en aquel pueblo por la calle de Majayjay, nombre que leímos en un tarjetón de madera clavado en la primera casa. Á los pocos minutos parábamos ante la maciza y claveteada puerta del convento. Lucban. Su origen. Situación. Mr. Jagor y Sir John Bowring en camino. Alturas inexploradas. Arroyos y torrentes. Amazonas tagalas. Datos estadísticos. Fechas imperecederas.
Este era siempre el último insulto y el que, en su opinión, resumía y compendiaba todos los demás. La razón de aquella granizada de denuestos: que hacía diez minutos largos que eran sonadas las once y que esperaba. Quedé estupefacto. Pero, chica, ¿no sabes? ¿Qué?... Quise contarle el encuentro que había tenido por la mañana. Toíto lo sé; no me cuentes... ¿Y qué hay con eso?
Aresti sintió deseos de reír, viendo cómo se doblaban aquellos monigotes humanos que seguían con sus cuerpos el esfuerzo de los contendientes, fatigándose en un trabajo inútil, para transmitirles su energía. Transcurrieron algunos minutos. El Chiquito trabajaba más aprisa que su rival. Subía y bajaba la palanca con tanta rapidez que apenas se la veía.
ELOY. Esperamos a que acabara esta triste exhibición; luego se adelantó Chabornac, se llevó aparte a la rapaza durante algunos minutos y después de esto me la trajo, diciéndome: «¡Aquí la tiene, señor Genvrain!
¡Sí, hombre, sí; váyase usted tranquilo! No se habían pasado diez minutos desde que el mancebo y su gran cartílago se alejaron, cuando apareció, por la boca del puente, Paca. En la primera mirada que me dirigió comprendí que todo se había perdido. No ha querido contestar, ¿verdad? le pregunté sin saludarla, esforzándome por sonreír. ¡Uf! ¡Cómo esta con uté, señorito!
Algunos minutos después, continuando una conversación empezada cuando ella se presentó, la pusieron en antecedentes de un íntimo asunto de familia y la consultaron como si fuese la persona de más confianza y más allegada a la casa. Después Carmen, la menor, la llevó a su cuarto y le mostró, con mucho misterio, un diario de su vida que había comenzado a escribir.
Palabra del Dia
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